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Ignacio Piñerio y la historia de Echale salsita

La historia del son está llena de anécdotas interesantes. Casi todos los sones tienen como tema asuntos tomados de la realidad, de la vida cotidiana, personajes populares, sucesos simpáticos, sátira siempre unida al humor y la picardía que caracteriza al cubano.


Este artículo es de hace 14 años
La historia del son está llena de anécdotas interesantes. Casi todos los sones tienen como tema asuntos tomados de la realidad, de la vida cotidiana, personajes populares, sucesos simpáticos, sátira siempre unida al humor y la picardía que caracteriza al cubano.

A principios del siglo XX, cuando no existía la televisión y la radiodifusión era aun incipiente, las visitas y los paseos eran la diversión de los abuelos. Un viaje a cualquiera de los municipios cercanos a lo que ahora es la gran ciudad de La Habana o la vecina provincia de La Habana, eran toda una aventura placentera. Así se caracterizaron algunos lugares que se hicieron populares por su ofertas gastronómicas. Se hicieron famosos los panques de un pueblo llamado Jamaica, los panes de Los pinos nuevos, de Bejucal, y las butifarras de El Congo, en Catalina de Guiñes, entre otros.

Muchos noctámbulos, después de disfrutar de una fiesta y quizás para reponerse de algunos tragos de más, viajaban hasta Catalina para rematar una madrugada de juerga con Buena comida criolla en El Congo. A una de esas incursiones se refiere Ignacio Piñeiro en un son que se interpreta todavía por numerosos artistas, tanto en Cuba como en el extranjero. Se llama “Échale Salsita”, que Piñeiro popularizó con su Sexteto Nacional.

Este músico había nacido en La Habana el 21 de mayo de 1888. Criado en el popular barrio de Pueblo Nuevo, fue rumbero, cantante y organizador de los llamados coros de clave, agrupaciones de voces femeninas y masculinas que ensayaban y recorrían cada barrio de La Habana, rivalizando en días de fiesta. Ignacio Piñeiro fue el director de uno de los más famosos, Los Roncos, pero es en el son donde llegó a ser una de las figuras más relevantes. Mas allá de las excelencias musicales, supo, siguiendo la tradición de estos artistas del pueblo, tomarle el pulso a la vida cotidiana y reflejar en sus composiciones, tanto en el tema como en la atmosfera Sonora, los distintos avatares de los momentos en que le toco vivir. Seguido por bailadores y grabado desde sus inicios con el sexteto, siempre gozó de la mayor popularidad.

Era la época en que se construía la carretera central, importante vía de comunicación para el desarrollo de la isla en aquellos años. Muchos trabajadores encontraron alivio a su difícil situación económica incorporándose a las duras tareas de la construcción. Los pueblos y ciudades por los que pasaba la carretera, se veían beneficiados no solo para el transporte de sus productos, sino por el paso de los viajeros. Uno de esos pueblos fue Catalina de Guiñes, en la actual provincial de La Habana y muy cerca de la capital. En Catalina, vivía y trabajaba El Congo, un negro llamado Guillermo Armenteros, que se ganaba la vida en un modesto puesto donde servia los más variados fiambres. Chicharrones, frituras de todas clases y otros platos típicos de la cocina criolla, sobre todo basados en la carne de puerco. El Congo le decían por su piel oscura, porque vestía siempre de blanco y mantenía su negocio con extrema pulcritud. La especialidad que lo hizo famoso fue la butifarra, que preparaba con cerdo y una sazón muy propia, que hizo que su receta resultara inigualable. A El Congo se refieró Piñeiro cuando dice en su son: “En Catalina me encontré lo no pensado, la voz de aquel que pregonaba así: "Échale salsita!” Esta última frase fue la que se convirtió en sabroso estribillo.

El negocio de El Congo prosperó. Su historia se parece mucho a la de otros restaurantes que han proliferado en La Habana y en otras partes, y que han logrado el éxito y la popularidad precisamente por lo poco convencional de su oferta o por la personalidad de los que lo regentean. Aquel modesto puestecito se transformó en un restaurante moderno, el lugar más importante del pueblo. Por allí pasaban los viajeros en ómnibus o en autos y se detenían a comer. Los que dirigían a la provincia de Matanzas y a Varadero, muchos artistas y gente conocida, se detenían allí. El Congo se convirtió en un lugar típico, como La Bodeguita del Medio, en La Habana, o La Casa de Pedro el Cojo, en Santiago de Cuba.

El Congo de Catalina de Guiñes, como era conocido el restaurante en honor a su fundador y propietario, decayó un tanto con la construcción de la Vía Blanca, carretera que pasa por la costa norte, pero siempre se mantuvo en la preferencia de los que transitaban por aquel punto de atracción del pueblo de Catalina de Guiñes.

De las famosas butifarras nos canta Piñeiro en su son: “No hay butifarra en el mundo como la que hace El Congo”. Fue la música, el son, lo que inmortalizó a El Congo y lo hizo pasar al acervo de nuestros personajes populares.

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