Los navíos ingleses que operaban en el área del Caribe fueron acosados fuertemente por los corsarios cubanos entre 1715 y 1739. Estos estragos propiciaron que en 1739 Inglaterra declarara, una vez más, la guerra a España. En esa ocasión con un motivo bien pobre, que se conoce en la historia como ¨la oreja de Jenkins¨ o ¨la Guerra del Asiento¨.
¿Quién fue Robert Jenkins?
En 1738 el capitán y contrabandista Robert Jenkins, fue llevado a declarar a la Cámara de los Comunes y, en un acto preparado, relató cómo, 7 años antes (!), fue apresado en aguas al norte de Cuba, por el guardacostas español ¨La Isabela¨ al mando de Julio León Fandiño. Dijo que después de golpear a su tripulación brutalmente, le cortaron una oreja a modo de escarmiento. Cuando le preguntaron qué había pensado durante su martirio, contestó con una estudiada frase y una expresión grave en el rostro: ¨Encomendé mi alma a Dios y mi causa a mi país¨. La teatral respuesta ejerció un efecto casi hipnótico en los presentes, y su gesto ¨patriótico¨ lo convirtió en un héroe popular. Se desató en Londres una fuerte campaña mediática, con el objetivo de sembrar en la opinión pública nacional la idea de que eran inadmisibles los ataques de España contra los barcos mercantes británicos en su tránsito por el Caribe.
El propósito verdadero de Inglaterra en esa guerra era la conquista de las plazas más importantes de Hispanoamérica, principalmente Cuba, por ser la colonia con mejor ubicación estratégica. El conflicto bélico duró de 1739 a 1748.
El papel de los corsarios cubanos en ese período
Mientras duró la guerra, los ingleses se vieron acosados por los corsarios cubanos, pues los gobernadores de La Habana y Santiago de Cuba entregaron más de 50 patentes de corso. Los navegantes con este permiso del gobierno, tenían autorización para asaltar buques mercantes de naciones enemigas, hundir sus naves, saquear o raptar.
Contando con jóvenes marinos criollos y no más que 50 buques (paquebotes, bergantines y balandras), lograron apresar, casi siempre al abordaje, más de 30 fragatas y bergantines, y hasta 83 embarcaciones enemigas.
Pedro de Garaycoechea, algunas veces con el paquebote el ¨Diligente¨, o con la fragata ¨Galga¨, y en otras ocasiones con los buques que se le agregaban a ayudarle, se apoderó de 24 ricos cargamentos de fragatas, bergantines y balandras. En las aguas de Honduras y río Hacha capturó, de un solo golpe, 5 embarcaciones, que se vendieron en La Habana por más de 400 000 pesos. También afortunados fueron el capitán de milicias y corsario de Santiago don Vicente López, y el de Trinidad don Luis Siberio.
Esos años fueron prósperos y gloriosos para Cuba, pues entraron en sus puertos más de 600 negros esclavos, más de 1000 prisioneros ingleses y cargamentos con un valor superior a los 2 millones de pesos. Se abarataron los costos de la harina, el bacalao y otros productos de primera necesidad.
Un año después de haber fracasado en su intento por tomar La Habana, en 1741 la armada y el ejército británicos, al mando del almirante Edward Vernon, comandante en jefe de todas las fuerzas navales británicas en las Indias Occidentales, y del general Thomas Wentworth intentaron tomar Santiago de Cuba y establecerse en Guantánamo.
Los corsarios santiagueros, que fueron sorprendidos por el ataque fuera del puerto, extendieron sus operaciones mucho más al norte, contribuyendo con esto a la defensa de la ciudad, pues forzaron a los ingleses a extender sus fuerzas navales, ya que estaban obligados a convoyar a los buques mercantes, para evitar el ataque de los corsarios, que operaban en las rutas comerciales.
A Santiago llegaron refuerzos de toda la isla, y después de 134 días de enfrentamientos, los ingleses abandonaron Guantánamo.
Los años posteriores al fracaso de Vernon en la isla, se caracterizaron por el apogeo del corso cubano. A los nombres ya citados de valientes capitanes, hay que añadir algunos más, entre los que se destaca el futuro defensor del Morro (durante la toma de La Habana por los ingleses en 1762) don Luis de Velasco que, en 1746, al mando de dos jabeques, tomó al abordaje un paquebote enemigo, armado con 18 cañones y 18 pedreros, y tripulado con 150 hombres.
Estos intrépidos marinos no se limitaban a surcar las aguas cercanas a Cuba, pues hay registros en 1740 de dos corsarios que tacaban buques ingleses frente a las costas de Nueva York y Long Island, y en 1741 llegaron hasta Newport, Rhode Island.
Fotos de maquetas en el Museo del Castillo de la Real Fuerza.
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