En Cuba el sexo no se oculta, está en la calle, se muestra en cada andar, en la forma de vestir, en el inefable guiño de un ojo que nos empuja hacia una complicidad insondable.
Y también la admiración por el sexo y la opulencia física o de espíritu se expresa, sencillamente, a viva voz. El piropo viene a ser entonces una vía para esa proyección desenfadada del espíritu, cargada de imaginación.
Y si hace 40 años atrás era más delicado, más elegante, ahora, sin perder su gracia criolla, recurre más a la modernidad.
Por ejemplo, nuestros padres aludían a la noche (tienes los ojos más negros que una noche), a la naturaleza (si el mar fuera mujer, tú serías su reina), a la religión (Dios hizo a la mujer para que yo te conociera), e incluso a la floricultura (eres la flor favorita de mi jardín).
Ahora el piropo es diferente. Sin perder su encanto, es menos poético, más terrenal.
Suele escucharse, por ejemplo: “Con esos pescadores (pantalones a media pierna), me dejaría pescar sin pensarlo dos veces”; “Me gustaría ser una computadora para que navegaras por mí en Internet”.
Los hay que han rebasado las décadas y llegado a nuestros días, como este: “Si cocinas como caminas, me como hasta la raspita”.
Aunque en algunos casos pueden resultar ofensivos y francamente vulgares, los piropos no dejan de tener picardía e ingenio y una chispa de poesía ignata. Siempre tienen un fin: conquistar.
Pero nada mejor que leer otros de los más populares:
“¿De qué juguetería te escapaste, muñeca?”
“¿Qué hace una estrella volando tan bajito?”
“¡Quién fuera bizco para verte dos veces!”
“Si besarte fuera pecado, me iría feliz para el infierno”.
“Si eres casada, no te preocupes.... ¡No soy celoso!”
“Con un bombón como tú, no me importa ser diabético”.
“¡Y luego dicen que los monumentos no andan!”
“¿Que está pasando en el cielo, los ángeles se están callendo?
Así, la antología de buenos piropos sería interminable. Todos, en el fondo, apuntan a la exaltación, a que no apaguen los rescoldos. Como el viejito que pasaba cada mediodía cerca de cierta anciana haciéndose acompañar siempre de una frase amable. Un buen día, se atrevió a más y le dijo: “Señora, ¿hasta cuándo van a brillar esos ojos?”, a lo que contestó la mujer: “Mientras dure su galantería”.
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