Un nombre es muy importante: otorga identidad, te permite reconocer a los demás y a su vez ser reconocidos por ellos; distinguirte, ser único, inconfundible.
En Cuba ya es vieja la controvertida jaranita a costa de los ‘Yarlis’, los ‘Yarosqui’, las ‘Anisleisis’, los ‘Yaumier’, las ‘Anilux’ y así una larga lista de nombres muy conocidos y cuya enumeración sería la enciclopedia de nunca acabar.
Lo peor no es que a veces resulta difícil distinguir cuando son femeninos o masculinos, sino cuando descubrimos que los cubanos, en todas las épocas, siempre hemos sido de usar nombres ‘normales’ (entiéndase ‘españoles’, ‘católicos’, ‘Carlos’, ‘Luis’, ‘José’, ‘María’, ‘Jesús’, ‘Pedro’, ‘Pablo’, ‘Juan’ y demás), y al mismo tiempo nombres ‘raros’.
Sino rebusquen como algunos abuelos, bisabuelos y tatarabuelos debían al santoral católico nombres de los que muchos no conocían ni al santo ni al milagro, aunque eso daba igual si el nombre coincidía con tu día de nacimiento o con el de algún ser querido: nadie te quitaba de por vida un nombre que podía convertirse hasta en un nombrete.
Eso explica antepasados, sobre todo campesinos, llamados ‘Bienaventurado’, ‘Bienvenida’, ‘Hermenegildo’, ‘Indalecia’, ‘Romualdo’, ‘Eulogia’, ‘Hilario’, ‘Porfirio’, ‘Pancracio’, ‘Eulalia’, ‘Emeterio’, ‘Simplicio’, ‘Olegario’, ‘Anselmo’, ‘Eleuteria’, ‘Aniceto’, ‘Engracia’, ‘Ambrocio’ y ‘Diosdada’.
La arraigada afición campesina por el santoral bautizó a nuestros ‘guajiros’ más humorísticos con dos inolvidables nombres: ‘Liborio’, en las caricaturas de la prensa escrita, y el radiotelevisivo ‘Melecio’ Capote, interpretado por el completísimo actor cubano Reynaldo Miravalles.
Sin duda la tradición bautismal católica de la época reforzó esta tendencia onomástica, a veces con más de un solo nombre para una misma persona.
Pero cuando “llegó el Comandante y mandó a parar”, primero, se reprodujeron como gremlins mojados los ‘Fidel’, los ‘Ernesto’, los ‘Camilo’, los ‘Raúl’, ‘las ‘Celia’ y demás.
Luego, con la ideología marxista de la Revolución, tan mal avenida con el catolicismo, disminuyeron los bautizos y, con ellos, los nombres devocionales.
‘Caridad’, ‘Bárbara’, ‘Lázaro’, ‘Mercedes’, sospechosos de ‘diversionismo ideológico’, mal vistos por esos años, paulatinamente comenzaron a ser sustituidos por nombres oriundos de países socialistas amigos como la Unión Soviética: de ahí los Iván, las Irina, los Yuri, los Vladimir, las Larissa, los Igor, los Pavel, los Boris, las Tatiana, las Yordanka, los Mijail, y las Katia que más de uno hemos tenido el gusto o disgusto de conocer.
Tampoco faltaron los topónimos o frases de aliados políticos asiáticos o africanos, como ‘Hanoi’, ‘Nairobi’, o ‘Viengsay’, que en Laos (país donde fue engendrada la distinguida bailarina cubana) significa ‘Victoria’.
Otros topónimos emergieron con glorias deportivas como la titular mundial de los 800 metros Zulia Calatayud, o la judoka Tenochitlán Cárdenas.
Pero el vendaval fuerte vendría a partir de los 70s, con la fiebre esnobista de encasquetarle a toda criatura naciente nombres que empiezan por ‘y’, tendencia que barrió con buena parte del repertorio onomástico cubano más tradicional y ‘guajiro’.
No me alargo con ejemplos que cubanos y habitantes de la humanidad en general conocen aunque sea de lejos, si es que su propio nombre no lo es ya. Son tantos que darían para un diccionario de varios tomos. Solo los deportistas cubanos aportarían casi 500 nombres.
Una hipótesis que explicaría este curioso boom en una lengua como la española, en la que las palabras que comienzan con ‘y’ apenas rebasan las 250, sería la influencia sonora de nombres eslavos como Yuri o Yevgeny, y que supuestamente desarrollaron en los cubanos un gusto y una sensibilidad exotista por sonoridades extranjeras para nombrar en un país donde el Estado imponía cada vez más monotonía y uniformidad.
Algunos solo varían los nombres corrientes cambiándoles la consonante inicial, como ‘Yaniel’ (Daniel). En otros casos la originalidad afecta a la totalidad del nombre, sin que recuerde a ningún otro conocido o reconocible, por ejemplo, ‘Yalieski’, ‘Yunier’, ‘Yeral’, ‘Yonelki’ ‘Yanisey’, ‘Yeniet’, ‘Yirmara’, y ‘Yusded’.
Algunos combinan el pronombre personal ‘yo’ con otros posibles nombres o palabras. El ejemplo más famoso sería el cantante de Orishas ‘Yotuel’, nombre compuesto por los pronombres personales ‘yo’, ‘tú’ y ‘él’. También funcionaría como un tipo de nombre autoreafirmativo: ‘Yoelvis’ (Yo-elvis), ‘Yoandry’ (Yo-andry), ‘Yoanni’ (Yo-anni).
El ‘yu’ evoca la sonoridad del pronombre ‘you’ inglés: a ‘Yusimí’ (you-see-me) le harían compañía ‘Yuriandi’, ‘Yusdelvis’, ‘Yusisley’, ‘Yusquiel’, ‘Yumilsis’, ‘Yumara’, ‘Yuslan’, ‘Yunier’.
Otras tendencias onomásticas adaptaban nombres, apellidos o palabras de otros idiomas (preferentemente del inglés) a la sonoridad castellana. Los más conocidos, ‘Yusnavi’ o ‘Usnabi’ (U S Navy), ‘Danyer’ (danger), ‘Olnavi’ (Old Navy).
Aquí figurarían los ‘Maikel’, los Jenry, los ‘Yanpier’, los ‘Antuan’, las ‘Dayana’, los ‘Yeferson’, ‘Yeison’, ‘Yunior’, ‘Brayan’, ‘Yenis' o ‘Yuliet’. A veces serían incluso frases enteras comprimidas en un solo nombre: ‘Dansisy’ (dance easy), o ‘Widayesi’, (‘sí’ en francés, ruso, inglés y español).
Los nombres terminados en leidy (‘lady’) fue otra plaga bíblica que se cebó con niñas cubanas llamadas ‘Mileidis’, ‘Yunisleidis’ o ‘Mabisleydis’ y demás, sobre todo después que Roberto Carlos lanzara su famoso tema Lady Laura. El más célebre ejemplo quizás sea el de la atleta de la impulsión de la bala ‘Yumisleidis’ Cumbá.
Otra tendencia que disparó el repertorio de nombres extraños fue usar las mitades iniciales o finales de nombres paterno-maternos. De ahí ‘Robelkis’ (Roberto y Belkis), ‘Geyne’ (Gerónimo y Nelly), ‘Yaneymi’ (Yanet y Mijail), ‘Mayren’ (Mayra y René), ‘Daneisys’ (Daniel y Deisy).
El ejemplo más famoso, ‘Elián’ González (Elizabeth y Juan).
Otra variante ya clásica es invertir el orden de las letras de los nombres, como ‘Airam’ (María), ‘Ailed’ (Delia), ‘Adianez’ (Zenaida), ‘Orazal’ (Lázaro), Odraude (Eduardo), ‘Odrarig’ (Girardo).
Cambiar el orden de las sílabas como el nombre del músico cubano ‘Descemer’ (Mercedes) cuenta también con relevantes ejemplos, como el del pelotero ‘Leugim’ (Miguel) Barroso, el boxeador campeón olímpico y mundial ‘Odlanier’ (por su padre Reinaldo) Solís, y el campeón olímpico de los 110 metros con vallas ‘Anier’ (por su abuela Reina) García.
Nuestra tendencia de copiar marcas comerciales para nombrar quien mejor la representa es el pitcher del equipo Santiago de Cuba Norge Luis Vera, quien debe su nombre a una antigua marca de refrigeradores.
Como hemos visto, los cubanos hemos prodigado creatividad en nuestro entorno continental en un estrato cultural tan peculiar como el onomástico. Quizás la carencia durante muchos años de ciertas libertades en Cuba provocó un ‘desquite’ que se convirtió en un libertinaje a la hora de nombrar a nuestros vástagos.
Si bien nos asiste toda la libertad del mundo para distinguir a alguna criatura de las demás mediante un nombre original, ojo, hagámoslo responsablemente, pensando más en su beneficio: no olvidemos que un nombre demasiado ‘raro’ tiene efectos secundarios comunicativos, entre ellos, a largo plazo, severas dificultades de pronunciación y recordación en su entorno.
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