Botelleras y botelleros: Cuba se mueve

Todos los días, muchos desconocidos se alían para echarse una mano y dejarse transportar, demostrando así que ahí a donde no llegan los gobiernos o cuando las soluciones a los problemas no existen, siempre aparece un cubano para ayudar, apoyar y contribuir.


Este artículo es de hace 9 años

Pocas cosas ponen tan de manifiesto las precarias infraestructuras cubanas como el transporte, sin embargo, pocas cosas también consiguen sacar lo mejor del cubano como esta.

Trasladarse en Cuba de un sitio a otro es uno de los mayores problemas a que se enfrentan los cubanos. Por una parte, el transporte público, con su escaso parque automovílistico y su aún deficiente frecuencia de viajes, no puede satisfacer la demanda y por otra, es inevitable al menos una vez por semana, y en la mayoría de los casos una vez al día, enfrentarse a la empresa de tener que ir a algún lugar. Al trabajo hay que ir todos los días, a las citas médicas no se puede faltar, de vez en cuando también hay que divertirse un poco y si se vive en una ciudad no muy pequeña, todo esto pasa en algún momento por coger algún medio de locomoción.

Como solución a estas deficiencias y dificultades, en los años más duros del período especial ganó popularidad una forma para transportarse que ya existía muchos años antes: coger botella. Aunque esto no es exclusivo de Cuba, como demuestran sus disímiles formas para nombrarlo: aventón, hacer autostop, hacer dedo, get a ride, hitchhiking y muchos más, sí es algo que describe al cubano, con su chispa y su servicialidad y que contribuye a otorgarle una particular apariencia a las calles cubanas.

Hablamos de los botelleros y las botelleras, que a diario se lanzan a la empresa de lograr subirse al carro, moto o camión de un desconocido, para aprovechar su trayecto y llegar al destino. En Cuba coge botella casi cualquier persona. Si bien es cierto que son las mujeres quienes, más frecuentemente, hacen de esta su manera habitual de moverse, también lo es que hay muchos hombres, de las más diferentes edades y estratos que se arman de la dosis de paciencia necesaria y ponen en juego todos sus recursos para conseguir llegar al sitio deseado.

Las estrategias son tan diversas como las personas que las implementan. Hay quienes son impresionantemente rápidos y exitosos, y quienes hasta terminan bronceándose en lo que consiguen que algún extraño lo haga compañero de ruta.

Cierta dosis de sexismo y hasta seducción hacen que las mujeres tengan más probabilidad de ser aceptadas en un carro ajeno que los varones pues, Cuba es una sociedad donde la mayor parte de los vehículos son conducidos por hombres. Esto regalaba simpáticas estampas de chicas que en avanzada paraban las botellas, para que luego sus amigos o parejas abordaran el auto antes de que se pusiera en movimiento. Por supuesto, hay conductores que a regañadientes o no, deciden aceptar al inesperado pasajero, pero también los hay que rehúsan transportarlo y deciden continuar la marcha sin el chico y, evidentemente, sin la chica.

Muchas y muy variopintas historias se tejen en torno a esta forma de viajar gratuitamente de un lugar a otro. Como es de esperar, pueden darse situaciones de empatía que convierten la puntual coexistencia en algo agradable tanto para conductor como para botellero y pueden darse otras de incomodidad: cuando por ejemplo, uno de los dos es tímido y no se atreve a romper el silencio, un simple gracias al final de camino cierra un silencioso encuentro fortuito.

Sin embargo, en ocasiones, tanto algunos de los beneficiarios como algunos de los solidarios choferes refieren experiencias francamente desagradables. Siempre habrá pasajeros incívicos, maleducados y groseros, y conductores que se aprovecharán del poder que les da el control del vehículo, para pasar los límites preestablecidos, violentar o agredir a quien le ha solicitado ir con él. Por suerte, estos hechos son los menos frecuentes, pues lo que distingue este fenómeno en Cuba es la camaradería, la solidaridad, la empatía y el agradecimiento.

Si como ya decíamos, este fenómeno no es exclusivo de la mayor de las Antillas, sí parece serlo su masividad, diseminación y extensión a todas las zonas, sectores y personas en Cuba. Quizás algunos tarden un poco más o un poco menos, quizás este medio haga que la ruta se alargue o se desvíe un poco pero en Cuba la gente se mueve en botella.

Viendo el éxito de estas formas para moverse el gobierno creó la figura del amarillo, que se encargaba de detener a los conductores de camiones, carros o autobuses de chapa estatal para ocuparles las plazas vacías y aprovechar, así, sus rutas y optimizar el gasto de combustible de las empresas. A los botelleros estos les supuso una merma de posibilidades pues los amarillos suelen ubicar sus puntos antes de los semáforos o intersecciones -lugares donde se colocan los botelleros-, por lo que estos tuvieron que empezar a lidiar con que los carros que antes venían vacíos, empezaran a desfilar llenos ante sus ojos. No obstante, si el clima, el tiempo invertido y los riesgos no supusieron nunca un freno para el arrojo de un botellero, esto tampoco lo fue y a día de hoy se las siguen ingeniando para hacerse un hueco y ganarse un sí.

El hecho es que en Cuba, todos los días, muchos desconocidos se alían para echarse una mano y dejarse transportar, demostrando así que ahí a donde no llegan los gobiernos o cuando las soluciones a los problemas no existen, siempre aparece un cubano para ayudar, apoyar y contribuir. Es este, uno de tantos pequeños gestos del día a día de una Isla que se construye y se sustenta gracias a los cientos de miles de ciudadanos que la habitan.

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