Los hitos urbanos tienen un papel importante en la comunicación y en la transmisión de la historia en las ciudades. Se conforman por elementos naturales, edificaciones o monumentos.
Entre estos últimos, las estatuas tienen un papel especial porque perpetúan el discurso sociocultural sobre una personalidad, un hecho histórico o una leyenda de importancia para la comunidad en que se ubica.
Un mensaje poderoso que conecta con el pueblo día a día
Con frecuencia los monumentos, específicamente las estatuas, son atacados en todo el mundo. Cuba tiene en su historia varios ejemplos que así lo demuestran y no están únicamente ubicados en el período posterior a 1959.
Uno de los primeros escándalos de una violación a una estatua cubana fue en el año 1949, cuando un grupo de marines yanquis borrachos comenzaron a trepar la estatua del Apóstol que se ubica en el Parque Central.
Uno de ellos llegó hasta la cabeza de Martí y allí comenzó a descargar toda la cerveza que llevaba en la vejiga. Los cubanos que observaban el extraño suceso, indignados, salieron a la calle con botellas y palos. Se formó la de San Quintín.
La pelea entre jóvenes cubanos y los marines yanquis terminó con una brutal intervención policial. Entre los estudiantes universitarios que estuvieron involucrados en la trifulca estaba, como no podía ser de otra manera, Fidel Castro.
La Revolución, una gran amante de las estatuas
Todos los regímenes tienen sus estatuas. Por lo general son derrocadas cuando cambia el grupo en el poder. Sin embargo, hay otras que cuentan una historia de continuidad y consiguen perdurar.
Es el caso del complejo escultórico dedicado al Titán de Bronce. Está ubicado en las calles Belascoain y Marina, en Centro Habana. El General Antonio Maceo ha resistido en esta icónica postura décadas de salinidad, penetraciones del mar y hasta alguna que otra cabalgadura de niño travieso.
Fue diseñada en 1911 por el escultor italiano Doménico Boni, pero el monumento no fue inaugurado hasta 1916. El espacio público en que se colocó estuvo a cargo del arquitecto Francisco Centurión. Ha recibido varias restauraciones a lo largo de un siglo de existencia.
Otro monumento de igual período no corrió con tanta suerte
También de inicios del siglo XX fue el Monumento a las Víctimas del Maine. Este conjunto escultórico data específicamente del 8 de mayo de 1925 y como su nombre indica está dedicado a los marineros muertos en la explosión del Maine en 1898.
Se ubica en El Vedado, en Malecón y Línea. Fue diseñado por el ingeniero Félix Cabarrocas. Su cúspide estaba coronada con un águila imperial. Allí abría sus alas mirando al pueblo de Cuba, como quien se posa a descansar.
El primer mal augurio de este pájaro fue a tan solo un año de creado el monumento. Sus parapetadas alas intentaron frenar el viento del “Ciclón del 26”. Este evento meteorológico afectó a La Habana terriblemente y echó abajo al águila imperial con pedestal y todo.
El segundo intento no fue mejor
Se reunieron las partes que conformaban el monumento y se restauró. Se modificó el águila y sus alas se colocaron en posición de vuelo, como si planeara sobre La Habana. Esto parece que tampoco fue suficiente.
En 1961, el espíritu de cambio popular que traía la Revolución terminó por arrancarla de cuajo. Hasta la actualidad se conserva el resto del conjunto escultórico que ha sido inmortalizado, incluso en el cine, en escenas como las de Memorias del subdesarrollo, el clásico de Tomás Gutiérrez Alea.
La Calle G o Avenida de los Presidentes
Una de las arterias de La Habana que más historias tiene para contar a través de sus monumentos es la Avenida de los Presidentes. Probablemente la escultura que primero fue eliminada después de 1959 fue la dedicada a Don Tomás Estrada Palma.
El primer presidente de la República, Estrada Palma, había sido un independentista connotado. Sin embargo, fue considerado por los historiadores de la Revolución como un traidor a los intereses de la patria por su papel en cuestiones como la Enmienda Platt.
No podía presidir, el primer presidente, una calle tan importante para La Habana. Era necesario “sacudir la mata” y tumbarlo. Pero resulta que esta estatua, por cuestiones de la vida, tenía los pies muy bien puestos en su pedestal.
Aunque la arrancaron, los zapatos del presidente quedaron como un mensaje satírico del fantasma de la República. Una especie de “no me ves, pero aquí estoy”. Hasta hoy los "zapaticos" de Estrada Palma son un recuerdo curioso para los cubanos.
Las estatuas de los presidentes latinoamericanos de pensamiento de izquierda
El discurso revolucionario en la Calle G, no podía cambiar el nombre de la avenida. Era perfecto el concepto, estaba bien colocado en el imaginario popular. La estrategia fue tergiversarlo, unos creen que para bien y otros no tanto.
Donde antes hubo presidentes cubanos, con la Revolución estarían los del mundo. En definitiva, para presidentes cubanos con una gran piedra basta. Fue así, más o menos, como empezaron a surgir los monumentos a líderes de Latinoamérica.
Se encuentran actualmente en la Avenida de los Presidentes, los monumentos a las siguientes personalidades: Simón Bolívar, Venezuela; Eloy Alfaro, Ecuador; Salvador Allende, Chile; Benito Juárez, México y Omar Torrijos, Panamá.
Lo del discurso histórico no es un cuento de camino
Recuerdo un paseo de niña por la calle G, en la que mi tía me explicaba la importancia de esta arteria para La Habana. Me daba instrucciones sobre qué debía decir para coger botella y cómo llegar hasta el otro lado de la ciudad.
“Estás en la Avenida de los Presidentes”, me dijo. Yo me quedé atónita: “¿Qué presidentes?”. Ella respondió: “Bueno… los cubanos. Este era José Miguel Gómez. Ya sabes, el de Tiburón se baña, pero salpica”.
“Tiburón” salpicó tan fuerte que es el único que todavía tiene un monumento en la Avenida de los Presidentes cubanos. Es tan grande y bello que honestamente no recuerdo el rostro en su estatua.
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