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Asistir a la exhumación de una osamenta para destinarla a su último lugar de reposo en un osario es uno de los espectáculos más impactantes que puede vivir un ser humano, incluso sin tener vínculos consanguíneos o afectivos con el fallecido.
Descendientes de una cultura hispánica que mantuvo su antipatía y temor ante la muerte y sus despojos, los cubanos, sea cual sea su carácter y voluntad, terminan estremeciéndose ante la visión de los huesos renegridos y malolientes de una osamenta que sale medio sumergida en polvo, harapos y otros productos de la putrefacción.
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Si es un espectáculo difícil de sostener, imagínense al ver a los obreros del Cementerio Colón, la mayoría convictos que cumplen su pena en un régimen especial que los obliga a hacer el trabajo que nadie quiere hacer libremente, manipulando los despojos humanos a mano pelada, sin ningún tipo de guantes ni de protección, ni tan siquiera en la región nasobucal.
Varios testigos hicieron una mueca de repulsa cuando se cercioraron de que aquellos jóvenes, con displicente naturalidad, tomaban los restos, les despegaban los terrones fangosos adheridos, incluso soplaban para ayudar en la faena y no tenía reparo después de tocarse la cara o atender el celular con las manos muy sucias.
Al final de la jornada, aquello era una extensión de lo que se había visto antes, cuando debieron mover a puro músculo una pesadísima laja de granito para abrir la bóveda y se introdujeron para extraer los féretros desvencijados con maderas colgando sin que les preocupara punzarse con un clavo o el filo de un panel de vidrio. Además, martillaron, recuperaron molduras y otros elementos sin que se les hubiera visto el más mínimo gesto de defensa.
Habían hecho un trabajo cuidadoso y solícito, manipularon los restos con respeto y afección, complaciendo calladamente a todos los reclamos de los familiares con los que se comunicaron con tolerancia y sencillez. Nunca supimos por qué habían sido condenados, pero muchos nos descubrimos simpatizando con los muchachos, parcos y sosegados. Solo esperamos que no enfermen de una bacteria desconocida y terminen sus días por una rara enfermedad, excesivo castigo, a lo mejor , por un delito menor.
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