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Han pasado 10 años de la desaparición física de Hugo Chávez, fallecido el 5 de marzo de 2013 tras una larga e intensa batalla por salvarle la vida en Cuba. También han transcurrido casi 21 años del fallido intento de golpe de estado contra Chávez en Venezuela. el 11 de abril de 2002, y más de 30 del que él mismo intentara en 1992.
No solo los seguidores de Chávez se movilizaron contra el golpe de 2002, que duro apenas 48 horas, pero que pudo haber cambiado los rumbos de Venezuela y Latinoamérica. Incluso obispos católicos respondieron positivamente a su llamada de rescate y escucharon su promesa -incumplida- de restablecer la paz y respetar a la oposición. Chávez fue entonces finalmente restituido.
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Lo ayudó Fidel Castro desde La Habana: el Hugo Chávez presidente fue su última “creatura”. Era vital regresarlo al poder y, sobre todo, su permanencia en el tiempo.
En La Habana se concibió y ejecutó un proyecto de formación y entrenamiento para venezolanos, cuyo objetivo era lograr una auténtica y permanente movilización de masas a favor del chavismo. Se le llamó Esperanza Social y fue fundamental para potenciar las “misiones” chavistas y, posiblemente, decisivo para evitar la remoción de Hugo Chávez en el referendo revocatorio de 2004.
No había ocurrido en aquel país una revolución armada y radical como en Cuba, pero se podía intentar desde el poder. El experimento que Fidel Castro consideró imposible décadas atrás en Chile con Salvador Allende, lo promovió a toda máquina en Venezuela con Chávez.
En 2005, tuve la oportunidad de entrevistar, en mi oficina del arzobispado de La Habana, a un joven cubano que había sido destinado como profesor en aquel proyecto, poco después de haberse graduado como Trabajador Social. Él es la fuente de lo aquí comparto.
El proyecto fue encargado a la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) de Cuba, y coordinado con el Frente Bolivariano de Trabajadores Sociales (FBTS) de Venezuela, responsable de las incipientes misiones populares. Era un programa sencillo pero intenso de 45 días. Los profesores y coordinadores eran cubanos, muchos provenientes del programa de la “Batalla de Ideas”, desarrollado por el gobierno a inicios del presente siglo para atraer una juventud cada día más distante de la revolución.
El curso era teórico y práctico. La teoría incluía estudios de Psicología, Comunicación Social, Derecho, Trabajo Social y Metodología de la Investigación, Español y Literatura, Historia (una síntesis muy particular de historia, filosofía marxista y pensamiento social latinoamericano). Incluyó igualmente una asignatura llamada Organización de Trabajo Comunitario (OTC), impartida por los burócratas de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) cubanos, donde se enseñaban técnicas de movilización y liderazgo popular.
La intensidad del curso apenas dejaba tiempo libre. La mañana se dedicaba a las clases en las aulas, la tarde a reuniones de grupos y debate. No se permitían salidas individuales. Los fines de semana se realizaban excursiones organizadas por los “compañeros” cubanos. Uno de los lugares escogidos para el programa fue la Escuela de Trabajadores Sociales de Cojímar, al este de La Habana. Católicos de aquel pueblo de pescadores, hablaban entonces dela visita de varios venezolanos al templo durante una misa dominical, pero no se repetiría.
En mayo de 2002, semanas después del fallido golpe de estado, llegó la primera Avanzada a la Escuela de la CUJAE, al oeste de La Habana, con unas 400 personas. Avanzada fue el nombre oficial asignado a cada grupo que compartiría el curso. Concebidas como un ejército, las Avanzadas estaban compuestas por unidades; cada unidad estaba integrada por 10 o 12 grupos, y cada grupo por treinta personas. En las siguientes Avanzadas, el número de integrantes aumentó hasta cinco mil, y llegaría a más de 10 mil en el momento de mayor auge y premura.
A partir de la segunda Avanzada, se utilizaron también otras instalaciones del país, normalmente las mismas Escuelas de Trabajadores Sociales para cubanos, ubicadas en La Habana, Villa Clara, Holguín y Santiago de Cuba, pero se evitó la coincidencia de cubanos y venezolanos. Los cubanos hacían trabajo de campo y las escuelas quedaban a disposición de los visitantes temporales. La razón era simple: la convivencia con los cubanos echaba por tierra el discurso azucarado que escuchaban los venezolanos sobre los logros de la Revolución cubana.
La composición de los grupos no era homogénea. Algunos apenas salían de la adolescencia y otros pasaban los 60 años, pero predominaron los jóvenes. Muchos eran bachilleres, o graduados universitarios, otros eran de nivel primario y algunos analfabetos, como varios miembros de comunidades indígenas que no conocían el español. El rigor académico no era lo más importante.
No todos eran “chavistas”, pero coincidían en el interés social, o en creer que participaban de un nuevo proyecto social, revolucionario, “chavista” o bolivariano, que sería beneficioso para el país, para ellos y también para el grupo que representaban. Al parecer hubo también, de modo “encubierto”, miembros de agrupaciones opositoras al chavismo, y si eran detectados, se intentaba más bien neutralizarlos o ganarlos para la causa.
El número de integrantes de las Avanzadas aumentó a inicios de 2004, a medida que se acercaba el referendo revocatorio contra Hugo Chávez promovido por sus opositores, y el rigor selectivo desapareció. Cuando la campaña populista del gobierno era más fuerte y la victoria de Chávez en el referendo no estaba clara, fueron convocadas incluso personas con reconocido historial delictivo. Durante su estancia en el programa, y en las mismas instalaciones destinadas al Proyecto Esperanza Social, estas personas tuvieron tiempo para riñas, consumo y tráfico de drogas. “A veces tenía la impresión de estar entre prisioneros”, me dijo el joven cubano durante nuestra entrevista.
El trabajo con las últimas Avanzadas se enfocó en lograr la victoria de Chávez en el referendo revocatorio. El curso de la penúltima Avanzada se redujo a 30 días, y el de la última a 15 días. Dos semanas después, el 15 de agosto de 2004, Hugo Chávez obtuvo casi el 60 por ciento de aprobación en el referendo revocatorio. No pocos afirman que hubo trampa, pero observadores internacionales, como el Centro Carter, negaron el fraude.
Sin dudas, aquel proyecto desarrollado en Cuba de forma ininterrumpida desde mayo de 2002 y hasta julio de 2004, en el que fueron entrenados unos 70 mil venezolanos, dio frutos. El chavismo se afianzó en el poder y el gobierno cubano logró un aliado y suministrador energético sumamente generoso, cuya generosidad permitió, incluso, renovar y fortalecer la izquierda radical latinoamericana.
Es cierto que la mala administración del chavismo, con el tiempo dejó colgadas pomposas propuestas regionales como el ALBA, PetroCaribe y UNASUR. Igualmente es cierto que la esperanza social desapareció para muchos venezolanos con la radicalización del chavismo, su revolución “roja rojita” y su atrofiado “socialismo del siglo XXI”.
Pero no es menos cierto que la pobreza es aún el peligro mayor para cualquier país o sociedad que pretenda considerarse moderno y democrático. No prestar atención a los pobres, abona el terreno en el que saben echar raíces, y crecer, líderes populistas capaces de alzarse con el discurso atractivo de la nueva justicia que castigará a los injustos, aunque mañana generen más pobreza y desesperanza.
Porque en realidad, el mañana les importa poco. Lo que les interesa y motiva es la agitación y la lucha que pueden generar con quienes viven el presente, especialmente aquellos que necesitan una esperanza social.
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