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Robert Lewandowski rompió el maleficio que no le permitía marcar en Mundiales y apuntaló el triunfo de Polonia (2x0) sobre una Arabia Saudita que llevó los compases del encuentro, pero que a la postre confirmó el viejo adagio futbolístico de que “luego de una gran victoria, viene una gran derrota”.
En el Estadio Ciudad de la Educación se enfrentaron dos escuadras con diferentes momentos anímicos: los primeros venían de derrotar a uno de los principales favoritos para alzar el trofeo y ya habían asegurado un Rolls Royce Phantom per cápita; los otros, de igualar en un choque sin goles donde su estrella dilapidó un tiro de penal.
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Polonia lo pasó mal en los primeros minutos de partido debido a la presión arriba de los árabes, pero poco a poco los blanquirrojos fueron aclimatándose y llegaron al gol al minuto 39, a partir de una contra por derecha en la que Matty Cash puso el balón al interior del área, Lewandowski se escoró demasiado, se la cedió a Piotr Zielinski y éste no perdonó.
Lo terrible para Polonia fue que después del gol se quedó sin ambiciones, se echó atrás con una pusilánime línea de hasta seis hombres -recordemos que a su técnico lo llaman “el Mourinho polaco”- y dejó de tener intensidad en la marca.
Arabia Saudita, que ya sabía de remontadas en la cita qatarí, empezó a trabajar a destajo por un nuevo retorno en el score, y más de una vez fue necesario que Wojciech Szczęsny conjurara situaciones de grandísimo peligro. Inclusive, en el descuento de la primera parte el guardameta de la Juventus tuvo que repeler un penal y su posterior rechace.
Una vez concluido el descanso, la película siguió repitiéndose en el césped. Los hombres de Hervé Renard lo intentaban sin dar ni pedir tregua, pero sus esfuerzos no recibían recompensa. Todo sea dicho: también hay que apuntar que los Halcones Verdes tenían descuidos groseros en cuanto a atención a las referencias de área, y por ahí hubo hasta dos postes polacos que estuvieron a punto de finiquitar el desafío.
Por cierto, uno de esos impactos en la madera salió del botín del propio Lewandowski, quien de ese modo continuaba divorciado con el gol en los Mundiales. Pero los dioses del fútbol no quisieron estirar la sequía de un delantero de época y en el minuto 82, él mismo se las ingenio para robar una pelota en el balcón del área y remitirla al fondo de las redes.
Después de eso, lloró como un niño. Su equipo lo arropó, y en su rostro se notaba que se había quitado un lastre colosal. Al rato falló una picadita, pero eso ya no era relevante. Luego de haber marcado tanto y tanto, este era el gol que le faltaba a su carrera.
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