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Como me convencieron hace años -sin necesidad de insistir mucho, debo decir-, de que la monotonía (del tipo de las latas de sopa de Andy Warhol) es demasiado aburrida, este Rostro de Cuba será más una entrevista que un perfil.
Y como Carlos Barba Salva disfruta también romper los esquemas de vez en cuando, escribió la mayoría de sus respuestas en algún punto del espacio aéreo entre Los Ángeles y La Habana; y empezó a contestarlas de atrás hacia adelante. Otra cosa que tenemos en común -como descubriría yo después-, es un amigo entrañable.
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Entonces, Carlos no sabía que en la capital cubana lo esperaba un Coral del Festival Internacional de Cine Latinoamericano por su cortometraje "Las Polacas", protagonizado por Tahimí Alvariño y Coralita Veloz. Ni se imaginaba que recibirían también el Premio Civervoto, que otorga la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano.
El realizador guantanamero, de 43 años, pelo oscuro y mirada clara, no esperaba que en la isla la crítica especializada y el público acogieran tan bien un audiovisual que habla de conflictos aún latentes en las más recientes generaciones de cubanos.
Aunque su ingreso al Instituto Superior de Arte (ISA) no fue posible, Carlos había nacido para ser artista. Y hay quien dice que el artista no para -me explica-, que todo lo vincula, que no descansa la mente, “aunque esté en la playa más linda”. “Siempre se tiene a mano esa agenda de notas, o la que te ofrece el teléfono, para no dejar escapar una idea”, afirma este incansable creador radicado en Estados Unidos.
Carlos siempre está trabajando. Se encuentra reunido con unos amigos, pero no deja de analizar profundamente todo lo que dicen. O maneja por una autopista solitaria y en la mente está pensando cómo serían las imágenes que lo rodean filmadas. Y si va en el asiento del copiloto, saca el teléfono para hacer el ensayo de un plano. Otras veces sueña y se despierta para anotar alguna idea.
Su profesión lo llena mucho, pero también lo impulsa constantemente a levantar proyectos concretos, y eso desgasta. Reconoce que el artista necesita sus días “de franco”, solo que en él es más fuerte la necesidad de expresarse.
A petición de The Criterion Collection para el Martin Scorsese's World Cinema Project, en 2020 Carlos hizo una versión de su documental Humberto, que se titula "Humberto & Lucía" y que acompaña la copia restaurada de la película "Lucía." Es “un trabajo muy cuidado y que recomiendo mucho”, apunta.
Además, tiene en desarrollo el guion de un largometraje que se llama "Muralla", inspirado en una idea de la actriz alemana Hanna Schygulla; y un pequeño grupo de filmes cortos, en diferentes etapas de realización. Asimismo, prevé repetir un proyecto con Criterion; seguir co-producciendo el programa Abel en cualquier parte; y hacer “algo” con Gerardo Chijona este año.
¿Qué es lo más entrañable que te ha quedado de tu infancia?
Tuve una infancia feliz y pienso en ella como algo trascendental. Aunque tengo buena memoria, quisiera haberme quedado con más detalles de mi niñez. Qué desayunaba, por ejemplo. He mirado hacia atrás y no he tenido todas las respuestas que he necesitado. Tampoco es que sea imprescindible recordar todo paso a paso, pero hay zonas de misterio, de la formación del carácter, de las que me gustaría ser más consciente. Claro, te estoy hablando de mí con cinco o seis años. A partir de ahí sí tengo imágenes que me acompañan siempre: mis padres, mi hermano, mis abuelos, los olores de una calle en mi natal Guantánamo. Hay cosas que nunca se olvidan.
Incluso antes de graduarte de Letras, ya tenías un nexo con el cine. ¿Qué fue lo que terminó por llevarte al séptimo arte?
La emoción del cine por suerte llegó primero con la pantalla grande. Porque en la televisión pasaban películas, pero para mí era televisión. El cine era la sala oscura, el sonido, el erizamiento... Tengo la imagen de mi padre dormido en una butaca y yo atento a la película Jorge, um brasileiro, que también se llamó Profesión camionero. Por esas fechas también se estrenaba en cines Clandestinos, de Fernando Pérez. Y ahí estaba yo.
Como no aprobé las últimas pruebas de aptitud del ISA, cursé la carrera de Letras en la Universidad de Oriente y mi tesis fue sobre "El siglo de las luces", de Humberto (Solás), a quien considero mi maestro porque me alentó a continuar en la profesión cuando vio mi primer documental "Ecos de un final". Incluso más tarde me invitó a ser el asistente de dirección de "Barrio Cuba" (2005), su última película.
¿Cómo distinguirías tú al Carlos Barba documentalista y al Carlos Barba que hace ficción?
No lo sé. Creo firmemente que me acerco a la ficción todavía pensando en los documentales. Después de tanto tiempo dedicado a este género, aspiro siempre a buscar un espejo de la realidad(que no espejismo). Quizás eso que decían los neorrealistas: hacer documentales con actores.
A veces, sobre todo en el documental, no priman los diálogos. ¿Con qué otros recursos te sientes más a gusto como realizador?
La aventura del documental comienza también con la idea y el guion. El género te da la posibilidad de la sorpresa, de rodar y que cada día sea diferente. Muchos de mis trabajos son un homenaje a lo mejor del cine cubano. En otros, como "Dancing people" o "Día de muertos", investigo el mundo del jazz y de las tradiciones mexicanas, respectivamente.
Pero, como siempre el ser humano está en el centro de la obra, hay que posar la cámara con la idea de captar la vida, de que las personas pasen por delante, con diálogos o sin ellos, pero con vida. La ficción la estoy conociendo todavía, como director y como guionista. Antes, como asistente, pude verla desde dentro. Sin embargo, ahora me busco en ella, compongo los planos, intento lograr ese hilo invisible en una historia en pantalla, la continuidad de emociones, esa cosa bella del cine que es casi artesanal. Se trata de hacer verdad textos que se te ocurrieron. La gran jugada es que los actores los hagan suyos o propongan otros a través de su experiencia.
¿Qué fue lo más importante que aprendiste de Humberto Solás?
Su disciplina, su resistencia. Son cosas que no se aprenden; más bien uno comienza a comprobar si las tiene o no. Me refiero a la valentía para levantar un proyecto, a seguir con empuje y no decaer. Porque al talento de Humberto, solo me quedaba admirarlo. Ahí están sus obras, que hoy nos siguen enseñando el camino. Lo que hay es que estar atento.
¿Por qué para ti el realizador de ficción es un mago?
Un mago y hasta DIOS, si se quiere. ¿Te imaginas convertir en imágenes ese libreto encuadernado, que ni tú mismo sabes cómo va a lucir o si lo que imaginaste será un hecho? Pero te vas acostumbrando y sacas de la chistera a diario una solución para cada necesidad artística o técnica. No siempre obtienes el resultado que deseas, pero comienzas a querer a ese ‘niño’ que se va formando, que muchas veces se rebela y no queda otra que dar lo mejor de ti para que crezca sano. La magia no llega por el director, sino por ese equipo que tiene en sus manos la fabricación de una película. Yo los ayudo, pero sin ellos sería imposible.
¿Qué no le puede faltar a un buen cineasta?
Ganas de contar una historia y ser testarudo para defenderla, cuando otros intentan quitarte esa idea.
Has trabajado con grandes figuras de la actuación en Cuba, algunas son muy amigas tuyas. ¿Qué les permite trabajar juntos sin que la relación personal se interponga?
Nos respetamos y confiamos. Uno se preocupa de la obra del otro, aún cuando no trabajemos en la misma. Por ejemplo, Isabel Santos en "Las Polacas" fue de gran ayuda en la logística. Ella rodaba una película con Chijona, mientras yo preparaba mi cortometraje y allí ella hizo trabajo de campo, en el parque de transportes, en las conversaciones para lograr la escatolina (el aparato donde va ubicado el “polaquito”, que se utiliza en el cine para rodar con mayor tranquilidad escenas de carretera).
“Tuve la dicha de que Raquel Revuelta aceptara estar en mi documental ‘Memorias de Lucía’, seguramente su último trabajo para el cine cubano. Y actrices como Eslinda Núñez y Adela Legrá siempre han estado cercanas, apoyando. Con Coralia trabajé hace años cuando fui asistente de Barrio Cuba, y el reencuentro en "Las Polacas" ha sido un disfrute. Ella obtuvo incluso el reconocimiento especial del Jurado en el Seattle Latino Film Festival.
“En tanto, Tahimí es una aliada, una hermana. Siempre quisimos trabajar juntos, pero sin imponérnoslo. Pasó el tiempo y pasó y se dio la posibilidad. Su entrega, antes, durante y luego del trabajo, ha sido un regalo”.
¿Hasta qué punto has sentido como patria las tierras donde has vivido fuera de Cuba?
La Patria es demasiado grande como para compartirla. He amado profundamente cada rincón que he habitado. Pero mi lado de la cama, la mesa con mi familia y mis amigos, los públicos que me encuentro, la gente que va apareciendo en mi vida para bien, son sagrados. No ha sido fácil, pero estoy agradecido. Hay etapas que ya forman parte de mí, a las que vuelvo siempre.
¿Cuánto has crecido profesionalmente de uno a otro cortometraje?
En cualquier momento lo descubro. Necesito realizar el siguiente, y el siguiente…
¿Qué crees que hay detrás de tus obras que las han llevado a ser reconocidas en Cuba y otras partes del mundo?
Es importante saber por qué quiero dirigir, contar una historia y dedicarle espacios sobre todo a la escritura y la planificación. Por ejemplo, en los cortometrajes, el rodaje no se realiza con todo el tiempo que uno quisiera, pero cuando hay esmero se ve. El espectador que asiste a la pantalla grande está entrenado para encontrarse con la verdad y eso es a lo que yo aspiro.
Recientemente en el Havana Film Festival de New York tuve la experiencia de poner por primera vez "Las Polacas" en un cine de Manhattan. Fue mi primer festival ‘después de la pandemia’ y me dirigieron palabras increíbles. Recuerdo que el moderador debió extender la sesión porque levantaban la mano una y otra vez y cuando pasa eso es como bautizar a tu hijo, lo sientes protegido.
En La Habana, durante el Festival, vi la emoción en los ojos vidriosos del público que fue tocado por la historia, y colegas y maestros como Daniel Diez me hablaban con entusiasmo del guion, de la puesta en escena, de las actuaciones, de la música… Eso hace que valga la pena seguir. De hecho, no siempre he tenido el éxito por el que he luchado en una obra, pero en el arte nunca se sabe. Lo importante es no parar porque la maravilla puede estar al doblar de la esquina.
¿La televisión ha sido solo una manera de sostenerte económicamente o es un mundo que también te ha atrapado?
Las dos cosas. De vez en cuando regreso a ella; aunque en México fue más intenso. Yo fui con muchas ganas a la televisión y la veía como un trasunto del cine. Codirigí y produje junto a Abel Álvarez una revista matutina diaria. La inmediatez y el estar en vivo te llevan a adelantarte, a generar ideas que en otros medios se trabajan de manera más reposada. Además, había que estar informado, porque tenía de todo: noticias, cocina, invitados, varios segmentos; lo típico de un programa de las mañanas. También hice dirección de cámaras para reality shows, conciertos, programas culturales de sábados en la noche… La televisión es el día a día.
¿Cuán distinto ha sido el mundo del audiovisual que es has conocido fuera de Cuba?
En Cuba nunca hice televisión. Con respecto al cine, que medularmente tiene los mismos conceptos y prácticas aplicados en todas partes, fuera de la isla hay requisitos de industria, leyes objetivas para el gremio que se deben cumplimentar. La creatividad, el olor de una buena historia, la voluntad con que la ruedas, es la biblia en todas partes.
¿De alguna forma te sientes extraño en el país que te vio nacer?
No. Reconozco cada una de las formas del ser cubano, lo que ha perdurado y lo que ha cambiado. Los ochenta, que fue la etapa de mi crecimiento, quedó atrás. Lo lindo del cubano es su capacidad de, a pesar de todo, seguir adelante, reír, bailar, aunque por dentro esté destrozado. También tenemos lo que llaman llanto-carcajada, que dice mucho de nosotros.
Pero considero que esa capacidad también tiene límites. Me molesta que sigamos arrastrando los mismos problemas, las mismas mentalidades cerradas. Nos merecemos vivir mejor. No son necesarias las dificultades para crecerse, ya en eso hemos sentado cátedra. Necesitamos saltar, escucharnos, respetarnos. "Las Polacas" intenta un diálogo generacional que no excluye ninguna posición de esas dos mujeres, pero por necesidad es descarnado.
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