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El presidente cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, lució una chaqueta deportiva Adidas, en una reciente visita a Cumanayagua, Cienfuegos, en otro vano empeño para parecerse al extinto Fidel Castro, aunque aún no se ha dejado crecer la barba.
Un presidente con estilo de nuevo rico humilla a un país y maltrata a los ciudadanos, privados durante años de prosperidad y sosiego, en aras de un futuro de abundancia que nunca llegará, mientras el comunismo de compadres asole a Cuba.
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La pretendida sencillez no está reñida con la elegancia, y esa estampa de mandatario enfundado en chaqueta deportiva Adidas, habitando palacete en Miramar y viajando en BMW blindado, parece sacada de una telenovela, donde el nuevo rico recorre fincas y alecciona a capataces y trabajadores.
Un mandatario de la dictadura del proletariado más antigua de Occidente, usando prendas de una marca símbolo del capitalismo, solo revela superficialidad e inconsistencia, además de un agravio a la mayoría de los ciudadanos, cuyos sueldos no alcanzan para comprar un mono deportivo Adidas, aunque fuera de uso.
Otro inconveniente del fetiche lucido por Díaz-Canel es que hace el ridículo mundial -al estilo de Fidel y Chávez- usando una prenda de entrenamiento deportivo, como si fuera un abrigo ligero, provocando las risas, chistes y memes de medio mundo.
Cuando Cuba alcance la prosperidad y serenidad, habría que encargar un compendio de ensayos sobre los daños del castrismo y sus continuistas a las normas del buen vestir, destrozadas por el ímpetu totalitario para destruir la República, la familia y la decencia.
Díaz-Canel debe asumir la sensatez como política y abandonar la chealdad como norma de vestir porque mientras sea presidente, representa a la nación, agredida constantemente por sus gobernantes, carentes de sentido de Estado y buenos modales.
Raúl Castro, que sufrió durante años los embates del mesías de Birán, cambió radicalmente las formas, suprimiendo parte de los papalotes en almíbar que perpetraba su antecesor, hermano y jefe, tras advertir que Fidel era insustituible, eliminó aquellos costosísimos baños de masa y extenuantes discursos, donde todos fingían.
Pero Díaz-Canel -una apuesta política de Raúl- prefiere imitar a Fidel Castro y ya sabemos que quien imita fracasa, sobre todo, porque la autoridad y el carisma no se heredan, como ocurre incluso con hijos biológicos de figuras históricas.
Pero si el presidente está persuadido que imitando a Fidel Castro solventará sus déficits de liderazgo, debía dejarse crecer la barba y vestirse de verde oliva, evitando el estrujado uniforme del fallido Día de la Defensa, cuando movilizó los restos de la FAR y turbas maoístas para responder a Archipiélago y Yunior García Aguilera.
Ya sabíamos que el buen gusto no casa con el Palacio de la Revolución, cuyos principales inquilinos son cheos por educación y vocación, pero un presidente debe mirar siempre al futuro y nunca al pasado, excepto para no repetir errores y las nuevas tecnologías permiten mantenerse actualizado sobre modas, usos y costumbres en el mundo real.
Rogelio Polanco debería cuidar mejor las apariciones públicas del jefe y buscar un estilista sensato que vista al presidente y la primera dama con el encanto y la sobriedad del buen gusto, evitando esos fetiches Adidas, que formaron parte del fantasma del diversionismo ideológico, tan usado por Raúl Castro para asesinar reputaciones.
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