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Llevamos casi un año viviendo en medio de una pandemia o plandemia que ha adquirido tintes de guerra bacteriológica; que -por el momento- parecen ganar los comunistas chinos y sus aliados contra la humanidad, que vive entre la incertidumbre, el miedo y la politización.
Aunque científicos alemanes se han reunido para enfrentar esta guerra, unos investigándola y otros negándola, asumiendo que se trata de un engaño, sin todavía demostrarlo, la verdad es que la mayoría de la gente se deja conducir e inducir por las informaciones gubernamentales sin demasiada base científica; teniendo en cuenta que no existe una descripción de la fisiopatología del virus COVID-19 y sucesivas mutaciones.
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La comunidad científica mundial, incluidos taiwaneses y surcoreanos, no consigue averiguar a qué se están enfrentando y el desconcierto e incertidumbre médica e investigativa ha estado acompañada por una reacción errónea de la mayoría de los líderes y gobiernos del mundo, especialmente en Occidente, donde la politización ha intentado suplantar el discurso científico y los anuncios de supuestas vacunas se suceden regularmente.
Una vez más, la sociedad occidental ha sido encerrada por decretos gubernamentales con apoyos parlamentarios, seguido de la consecuente destrucción de la economía; mientras en China la normalidad parece cada vez mayor y su cúpula comunista se ha valido de la ‘plandemia’ para intentar comprar, a precio de ganga, todo lo posible a su alcance.
Aunque esta vez ha chocado contra les leyes que protegen los libres mercados, como las legislaciones europeas y norteamericanas en materia de prevención de ataques buitres a sus sistemas bursátiles y limitación de acceso a tecnologías y determinadas materias primas y aleaciones de carácter estratégico; que China sea rentable productora de juguetes tecnológicos no la convierte en potencia aeronáutica o de semiconductores, por ejemplo.
En cambio, Pekín se ha beneficiado del desplome inicial del precio del petróleo; bajón corregido por ese malo malísimo como pintan sus adversarios a Donald Trump, que acudió al rescate de Putin, muy molesto con China por su oportunismo y expansión en la antigua Asia Central soviética y -llamando directamente a Arabia Saudí desde el Despacho Oval de la Casa Blanca- equilibró el mercado petrolero, sin tener que lanzar un solo misil.
¿Porqué los gobernantes de este mundo no les exijan la más mínima responsabilidad a los gobernantes comunistas chinos, posibles responsables de lo ocurrido, y sin embargo se dediquen a acosar al candidato republicano y presidente de Estados Unidos, Donald Trump, al que culpan de todo lo “humalo” y lo divino?
Quizá sea más fácil atacar a un presidente electo democráticamente que a una dictadura comunista, corrupta y con grandes bolsas de desigualdad y pobreza y que no duda en reprimir a sus adversarios como hizo con el joven médico Li Wenliang que alertó del coronavirus a colegas mediante whatshapp, inmediatamente fue conducido a una comisaría de policía, donde lo conminaron a firmar un reconocimiento de haber difundido noticias falsas, fue insultado como "enemigo del pueblo" por la prensa comunista y acabó muriendo contagiado de COVID-19.
Pero lo más inquietante: ¿Porqué razón casi ningún político occidental se atreve a enfrentar públicamente a los gobernantes chinos e inquirir cuál ha sido el método para eliminar el virus de ese país inmensamente súper poblado? tal como al parecer sucede hoy en día; y cuáles fueron las causas de que el virus se trasladara a Europa y el resto del mundo, y sin embargo quedara como levitando exclusivamente en ciertas y pocas regiones de China y sin apenas impacto en Viet Nam, Laos y Camboya; entre otros países cercanos.
Aún dando por buena la versión oficial china de que estamos ante el brote de un virus mortal y de propagación supersónica, ¿qué responsabilidades ha asumido la dirigencia china, que alardea de controlarlo todo, ante la peculiar proliferación del COVID-19 y sus mutaciones?
En China, resulta muy difícil; por no decir imposible, realizar labores de Inteligencia por los servicios occidentales, conocedores que a Pekín no le tiembla la mano a la hora de fusilar a posibles traidores, pero lo menos que podía esperarse de una tragedia de la magnitud que vivimos es lealtad china a Occidente, que ha contribuido decisivamente a su desarrollo económico, obviando incluso su sistema político totalitario y corrupto.
Vivimos con escasas posibilidades de que los cobardes, que en la actualidad nos gobiernan, reaccionen como debieran y hagan alguna gestión con sentido y en ese sentido porque -al fin y al cabo- la plandemia les viene como anillo al dedo, no sólo para instaurar en permanencia un estado de excepción, sino para dormirnos para siempre con la nueva normalidad, que no es más que un ¡NO a la vida!, un sistema orwelliano de control, domesticación, y esclavitud perfectos.
Cuba fue uno de los primeros laboratorios, con éxito de excelencia. Y, como era de esperar, su presidente, nombrado por el dedo tiránico de Castro II, hasta pudiera aventurarse y declarar que le han ganado la batalla al virus; el catrismo consiste en administrar pobreza e ir de victoria en victoria hasta la derrota final.
Al inicio, cacarearon que Cuba era un paraíso libre del COVID-19, adonde los turistas podían viajar con toda confianza al despelote y a recholatear, y aunque después mintieron asegurando que con relación a otros lugares había habido bastante pocos pacientes en una isla donde apenas hay jabón y agua, de gel ni hablemos, “no viene al caso” (como en el bolero) para asearse correctamente y mantener la higiene requerida, la realidad es que finalmente también tuvieron que cerrar el país más de lo habitual y los casos se dispararon a niveles silenciados.
Una cosa es lo que ocurre en Cuba y otra es lo que se cuenta y cómo se cuenta. Dos botones de muestra: Hace un par de semanas, Díaz-Canel reclamó una democratización de Naciones Unidas y hace un par de días, aseguró que ONU tiene cada vez un papel más relevante. Este lunes, La Habana cedió la presidencia pro tempore de CEPAL a Costa Rica y -al hacer balance de su mandato- los subordinados de Raúl Castro aseguran -sin rubor- que actuaron "sin dejar a nadie atrás".
Una bofetada en el rostro de millones de cubanos empobrecidos a los que la dolarización, y la anunciada unificación monetaria, dejó y dejará más atrás que el cabuz del tren a Mayarí, donde el General de Ejército sin guerras tiene una dacha de lujo.
Tampoco ha sido difícil encerrar a los cubanos y los turistas en una isla que lleva más de sesenta y un años encerrada y refocilada en sí misma y -que siendo precisamente un archipiélago- posee proporcionalmente más cárceles que playas; a la que debiera apodarse como la Prisión del Caribe, porque de perla sólo le queda el cascarón que la protegía y que terminó ahogándola.
Cuba, sí, fue de los primeros laboratorios. Se puede afirmar que en la actualidad pudiera impartir cátedra orwelliana de cómo transformar un país próspero en una plaga invivible de continua y perenne decadencia; como corresponde a una potencia médica aquejada de coronavirus, dengue, zika, cólera y una escasez crónica de medicinas y alimentos.
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