Caperucita cubana para Halloween

¿Con qué objetivo el leñador engendró una Lista Roja en la que mezcló a tóxicos y trágicos por el sólo hecho de que los “enemigos” no son  bien recibidos en el nuevo orden instaurado?

Caperucita roja © Flickr / Daniel Rocal
Caperucita roja Foto © Flickr / Daniel Rocal

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Este artículo es de hace 4 años

Una vez muerto el lobo del célebre cuento de La Caperucita Colorá los pobladores del bosque, ansiosos porque ya se les iba a extinguir el miedo a ser devorados en cualquier momento y lugar de la intrincada selva, se apresuraron a buscar a otro depredador que se pareciera lo más posible al monstruo desaparecido, aunque no derrocado, en sus anhelantes almas de pueblerinos temerosos.

Entonces el Leñador, que había salvado a todos con su hacha del hambre voraz del sangriento animal, se auto propuso para continuar azuzándole terror a la gente desde la ingenuidad de su sonrisa y la influencia que generaba sobre los demás al ser amigo de una niña que podía guardar en su cestica las culebras, arañas peludas, y cualquier accesorio de horror, sin que nadie sospechara del peligro inminente.


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El Leñador, devenido en salvador del bosque, decidió que debía ponerse a tono con los nuevos tiempos, tipo Greta Thunberg, o inspirarse en lo peor del hombre nuevo, el lobo y el bosque y disfrazarse de un color verde cotorrón, capaz de destrozar la córnea a cualquiera, y cambiar su hacha por un turbante de Ayatollah iraní, mientras su amiga La Caperucita llevaba en la cesta de los horrores una lista tan roja como la tela que cubre sus rizos de oro.

En dicha lista aparecían -todo oficio confondu- monstruos infames y temidos del monte y otros más inofensivos que también se habían enfrentado valientemente al lobo finiquitado.

Ustedes se preguntarán, ¿con qué objetivo el leñador engendró una Lista Roja en la que mezcló a tóxicos y trágicos por el sólo hecho de que los “enemigos” no son bien recibidos en el nuevo orden instaurado?

El asunto es que los espíritus malignos del bosque, enfrentados a los valientes duendes y a sus güijes demasiado salidos del plato, decidieron que el Leñador se convirtiera en el portavoz, no confundir con portavaso, e influencer, que llegara hasta Robin Hood, el rey del Charco de Neón (nuevo nombre del bosque) y le hiciera saber que en lugar de una lista de presos políticos, encabezada por Silverio Portal, o una demanda de drones para descabezar por fin a la tiranía más longeva de Occidente, lo más sensato sería entretenerlo con este magno acto de chivatería cederista, más digno del nazi-comunismo que de otra cosa, al entregar una lista delatora; lo que además hablaría de su perversidad con cuota añadida de seguidores y trolles.

Lo curioso es que una parte de ese pueblo, los caperucitados, al instante aplaudieron -unánimemente- semejante insensatez y traición a la razón, a la verdad y a la libertad.

Algunos hasta excusaron y alabaron al Leñador del bosque, devenido cotorrón en tinaja, con lustroso turbante de Ayatollah, por el mero hecho de llegar (por oportunismo e incensatez de cortesanos) al Rey Midas y contarle que en Cagonia, al otro lado del bosque, no existe el menor atisbo de libertad, y blablablá… Algo que el monarca nació sabiendo y con lo que ha tenido que lidiar desde que se metió en ese bosque donde reina.

Lo cierto es que en semejante acto infame y este cuento de basura solo nos muestran algo que desde niños imaginábamos. El Leñador lleva dentro el espíritu del lobo, que lo zarandea a su antojo mientras los pobladores del bosque se vuelven más energúmenos cada día.

Colorín colorao, esta desgracia no tiene para cuando acabar.

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Zoé Valdés

Escritora y Artista. La Habana, 2 de mayo de 1959


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