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Se cumplieron cien años del natalicio de Manuel Moreno Fraginals (1920-2001), y han abundado esta semana los artículos de homenaje. Discípulos y conocidos, colegas y familiares, todos coinciden en su grandeza como intelectual. Incluso Granma le ha dedicado un recuerdo, que pasa de puntillas por el hecho incontestable de su defección y exilio. Porque la muerte de Moreno en Miami sigue doliéndole a las autoridades y comisarios cubanos. Fue en el exilio donde pudo terminar con total libertad -según su propia confesión- el que, a mi juicio, es el mejor y más ambicioso de sus libros: Cuba/España; España/Cuba: historia común (publicado en 1995 en la brillante colección historiográfica de la editorial Crítica).
Su obra más conocida sigue siendo, por supuesto, El Ingenio, publicado en 1964. Pero creo que muchas veces se exalta ese libro por las razones equivocadas. Desde el Che Guevara hasta los profesores de la escuela del Partido Comunista, se ha leído ese estudio como la encarnación del "método marxista" aplicado a la historia nacional. Ya dejó claro el propio autor, siguiendo a Pierre Vilar, uno de sus maestros, que lo de "marxista" era simplemente un sinónimo de "método crítico". En realidad, Moreno fue un descubridor, que en El Ingenio trabajó desde una perspectiva radicalmente original, la del "sistema plantación", que por fuerza integraba economía, demografía, geografía, cultura. En historia, el marxismo era el umbral de una perspectiva ambiciosa, la summa de las ciencias sociales, que caracterizó, por ejemplo, el trabajo de la llamada "Escuela de los Annales". Más que marxista, yo creo que Moreno es un historiador de la "larga duración" en el contexto del Tercer Mundo.
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A ese "Mediterráneo de las Américas" que fue el Caribe dedicó Moreno Fraginals toda su obra. Desde aquel temprano ensayo histórico, brillantemente escrito, que fue su libro sobre José Antonio Saco, hasta el último, que se interna a veces en los terrenos de la llamada "microhistoria", su obra prescinde de cualquier dogmatismo o trasfondo doctrinal para adentrarse en un terreno que estaba virgen en la historiografía cubana. También el Moreno de La historia como arma está más cerca de Marc Bloch que de los historiadores soviéticos. Es cierto que la influencia de Raúl Cepero Bonilla, a quien está dedicado El Ingenio, fue fundamental para Moreno, y que sólo después de El Capital era posible analizar la plusvalía del sistema de plantación, pero no es menos cierto que su obra fue derivando con los años hacia una perspectiva menos economicista, y mucho menos "militante" que la de su antecesor, obsesionado con contradecir nuestra "historiografía burguesa".
Más burgués que Moreno había que buscarlo (lo digo porque tuve la oportunidad de conocerlo y conversar con él en varias ocasiones). Encarnó esa amable contradicción de la burguesía cubana que protagonizó la Revolución de 1959, y luego no supo cargar con las peores consecuencias de esa misma Revolución. ¿Hay acaso algo más "burgués" que la veneración que siempre sintió Moreno por su propia historia familiar, enlazada al Caribe por varias ramas? Él mismo precisó en varias ocasiones que un especialista en ciencias sociales necesitaba tener una relación física, personal, con el medio que estudia. y que sin eso nunca podría hacer Historia de verdad, una perspectiva bastante alejada de cierta asepsia o metodología marxista. Más que marxista, Moreno fue un historiador esencialmente dialéctico, que es la única manera moderna de ser un buen historiador.
Su exilio en Miami fue, como bien ha dicho su cercano discípulo Rafael Rojas, "el desenlace natural" de una biografía intelectual y política basada en una insaciable curiosidad y apetito de saber. Fue eso lo que lo mantuvo a salvo de muchas interpretaciones oficiales de la historia de Cuba y del nacionalismo ramplón de muchas de sus voces sobresalientes. Apeló, sí, a la descolonización mental; analizó como pocos las bases de nuestro racismo estructural (no estaría de más releerlo ahora que se empieza a redescubrirlo a la luz de un pensamiento de gueto importado) y, sobre todo, dejó claro que nuestras sociedades caribeñas se fundan sobre una profunda anomalía, demográfica y social. Ese es su principal legado, la primera advertencia que todo historiador serio debe tener presente a la hora de juzgar el Leviatán de nuestra historia contemporánea.
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