Compasión por Edmundo García

El título de esta columna Compasión por Edmundo García significa literalmente “compasión por Edmundo García”. No acumulo un ápice de ironía respecto a este represor resentido.

Edmundo García © CiberCuba
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Este artículo es de hace 4 años

Edmundo García no necesita presentación entre los cubanos. Dos o tres generaciones lo conocimos como un tímido guajirito, jugando a la erudición de arte en la pantalla en blanco y negro de nuestros televisores soviéticos.

En efecto, Edmundo García era uno de los presentadores del programa De la gran escena, ese espacio del Canal 6 tan sobredimensionado por nuestra memoria afectiva, gracias a los materiales audiovisuales de élite que el Partido Comunista de Cuba les autorizaba reproducir para la audiencia cautiva del país.


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Tristemente, los cubanos secuestrados por el castrismo ignorábamos entonces que cualquier ciudadano del mundo libre, un milímetro más allá de las claustrofóbicas fronteras de la Isla, podía acceder infinitas veces a infinita información similar, y de superior calidad, sin ninguna necesidad de consumir esa media horita semanal en la TVC.

En este sentido, Edmundo García comenzó su carrera como figura pública, al igual que todos los presentadores de la televisión estatal, encarnando los roles de victimario y víctima en el genocidio cultural cubano, que comenzó con la adoctrinadora Campaña de Alfabetización en 1961 y concluyó con la propagandística Universidad para Todos en los años 2000.

Es como si el enemigo del pueblo cubano no hubiera sido tanto la Revolución, sino su trinchera cultural.

Cuando, a ras de los años noventa, cayó el Muro de Berlín y se erigió el Fin de la Historia, Edmundo García, como la mayoría de nuestros compatriotas con dos dedos de frente, huyó despavorido del Archipiélago Gulag. En Cuba nos quedamos sólo los desposeídos, los perezosos, los patéticos, los peores. Como tantas veces a lo largo de décadas de despotismo y decadencia, le permitimos a Fidel Castro la ventaja abusiva de imponerse sobre un puñado de perdedores a priori.

En algún momento, antes o después de salir de Cuba, Edmundo García fue forzado a pactar a perpetuidad con la Seguridad del Estado. Más allá de si lo chantajearon o compraron, este evento sin duda traumático fue el inicio de su destrucción como ser humano. No puedo sino sentir profunda pena por aquel muchacho que, a pesar de los defectos propios de su personalidad, no se merecía ese diálogo demoníaco entre el militariado y la muerte. Cada cubano que ha debido colaborar con el Ministerio del Interior, sea para una causa cruel o cariñosa, sabe que él o ella ha perdido para siempre su vida no sólo en Cuba sino en toda La Tierra.

Con el tiempo y la distancia, agravados por ese tipo de promiscuidad amoral que no nos permite amar a ninguna persona, Edmundo García se quedó solo en cuerpo y alma. Mientras más entrevistas a personalidades, más solitario. Cuanto más agente provocador a sueldo de Castro en la cuna del anticastrismo, más abandonado. Según subía su visibilidad mediática, más y más invisible como persona.

Hasta que por fin devino la debacle con la exposición de su intimidad sexual en internet. Entonces se fracturaron los hilos de su ya frágil resistencia psíquica. Y, Edmundo García, enfermo de manera endémica, somatizó mortalmente los síntomas de la desintegración de su yo, manifestados a nivel del sistema nervioso-motor y también dolorosamente en su lenguaje, donde cada palabra parece ser su propio patíbulo.

El médico más amateur reconocería que no hay un solo vocablo salido de la boca de Edmundo García que no entrañe un sufrimiento descomunal. Su descomposición biológica y su caos mental son también síntomas de una nación desaparecida, con el agravante de estar compuesta no por desaparecidos (como en las dictaduras latinoamericanas de mentiritas), sino por aparecidos. Somos puros espectros. Fantasmas de una fidelidad fosilizada. Sombras nada más, entre tu socialismo y mi socialismo.

Hoy, como corresponde a la mediocridad comunitaria global, Edmundo García publica videos en vivo en su canal de YouTube, a la espera de que su enfermedad terminal por fin lo libere, acaso durante una de sus diarias directas (muchas veces son dos por día). Hoy, su casa de exilio pagada puntualmente por la beneficencia habanera de verde-olivo, está decorada esquizofrénicamente con parafernalia fidelista, y, según se nota en sus videos, Edmundo García no tiene vida.

El guajirito estrella en De la gran escena ha perdido hasta la biografía. Cuando un amanecer la peste delate a su cadáver, no habrá que enterrar a nadie. Como en un poema del suicida cubano Juan Carlos Flores, sus órganos serán la comidilla del día y harán las delicias del noviciado burlón, en una de esas clínicas privadas de Patología Humana.

El título de esta columna Compasión por Edmundo García significa literalmente “compasión por Edmundo García”. No acumulo un ápice de ironía respecto a este represor resentido. Porque todos los cubanos alguna vez hemos sido y todavía seguimos estando en riesgo de ser Edmundo García. Ese ha de ser el legado indeleble del castrismo, con y sin Castros en el poder. Esa es su tara genética, nuestra tara congénita.

Es más, desde ahora les estoy pidiendo un minuto de silencio por Edmundo García. Un minuto de silencio por la honra deshilachada de ese mito llamado la cubanidad. Un minuto de silencio por la humillación antropológica de millones que vemos cómo se mutila nuestro prójimo y, en lugar de salvarlo del daño, le espetamos nuestra más vil venganza. Un minuto de silencio por todos los hombres y mujeres que fuimos puestos a podrir junto a nuestros mojones, dentro y fuera de la geografía patria, sin que la compasión de ningún hombre o mujer nos rozase, ni siquiera con el pétalo de una revolución.

Descansa en PornHub, Edmundo García.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Orlando Luis Pardo Lazo

Escritor y bloguero de La Habana. Actualmente realiza un doctorado en Literatura en Saint Louis, Missouri, EUA.


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