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" (… ) supo cuanto se sabía en su época, pero no para enseñar que lo sabía, sino para trasmitirlo. Sembró hombres…
El, el padre; el, el silencioso fundador…”
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José Martí.
“Educar no es dar carrera para vivir, sino templar el alma para la vida”.
José de la Luz y Caballero.
Maestro de maestros, José Cipriano Pío Joaquín de la Luz y Caballero (La Habana, 11 de julio de 1800 - 22 de junio de 1862), constituye uno de los pilares esenciales del pensamiento y la pedagogía cubanos; sin embargo, ha sido desterrado de las aulas cubanas en los últimos años del castrismo, porque -al parecer- a algunos todavía les molesta entender su hondo sentido patrio basado en una formación religiosa cristiana y en la fundación y “forja de la nacionalidad”.
José de la Luz y Caballero es el destinado a salvar un “proceso espiritual” como lo llamó Cintio Vitier en su tan controversial ensayo “Ese sol del mundo moral”, visto de tal modo por las autoridades cubanas en el momento en que fue publicado, en 1975, por la editorial mexicana Siglo XXI.
No conseguiré nunca ponerme de acuerdo con una cierta visión de Vitier sobre los padres fundadores cubanos y esa relación de a porfía con el posterior horror provocado por los revolucionarios castristas, y mucho menos con la tesis de que José de la Luz y Caballero deba llevar indirectamente sobre sus espaldas la culpa de tanto oprobio, aunque sea sólo de manera metafórica.
Maestro de José Martí, ¡seguro!, pero jamás inspirador de Fidel Castro; como tampoco Martí es el autor intelectual de nada como no sea de su inmensa obra, cubana y universal, y de un proyecto de una Cuba independiente que, con toda probabilidad habría sido diferente, de no haber caído el Apóstol atravesado por un balazo en Dos Ríos.
Cuba ha tenido grandes hombres, y un pueblo pequeño, diría que enano. El apresamiento de Carlos Manuel de Céspedes en San Lorenzo, la traición, prisión, calvario y muerte, demuestran lo que ha sido ese pueblo de poquísimos grandes hombres y numerosas entendederas limitadas. Jamás se debería olvidar que, según contaba Carlos Ripoll en sus extraordinarios estudios publicados en volúmenes sobre la vida y la obra de José Martí, en aquel capítulo inolvidable del Apóstol y las drogas, es muy probable que el autor de Nuestra América haya caído en la emboscada que le quitó la vida, primero por su dependencia del café, que provocó el chivatazo.
Ripoll contó en su libro que es Martí quien envía a uno de los soldados mambises de la tropa a buscar café a un pueblo cercano, y la presencia del hombre en el pueblo levantó las sospechas. Al parecer se ha comprobado que al mensajero se le fue la lengua más de lo debido, y sin mala intención alguna, cuando le preguntaron que hacía por esos lares cantó más que Pavarotti y los tres tenores juntos, anunciando que las tropas estaban en tal lugar y que el mismísimo José Martí, el Presidente -como ya le llamaban-, ansiaba tomarse un buchito de café y que esa era la razón de su llegada al pueblo.
Una cosa condujo a la otra, a la tragedia más grande que ha tenido nuestra patria: La de quedarnos huérfanos de la verdad y del pensamiento más claro y universal que hemos tenido y que nos ha representado con dignidad.
Sí, Cuba ha tenido grandes hijos, y un pueblo diminuto. Esos grandes hijos también fueron nobles padres fundadores, y por supuesto algunos desdichadamente también grandes padres naturales, que a su vez tuvieron hijos bastante menores.
Una conocida de José Francisco Martí Zayas Bazán, el hijo del autor de los Versos Sencillos, contaba aquello de que a menudo oía al Ismaelillo ya adulto, entonar bajo la ducha una versión muy personalizada de aquella hermosa melodía: “Martí no debió de morir, ay, de morir…”, la que el vástago cantaba a voz en cuello mientras se enjabonaba y restregaba como: “Papá no debió de morir, ay, de morir…”. A todo trapo y sin importarle lo que pensara el vecindario.
Raro que un hijo sitúe en el pedestal que le corresponde al padre, suele suceder lo contrario, que mientras más ilustre sea la figura paterna más rechazo o menosprecio provoque en el sucesor. Es probable que tenga que ver con una medición injusta de estaturas. Que el Ismaelillo engrandecido por esos poemas que su padre con tanto amor le escribiera entonara de manera tan desfachatada ese estribillo adaptado a su manera vendría siendo lo mismo que si a Mozart le saliera no un Salieri, sino un hijo reguetonero.
El caso es que, antes de que estos pueblos de baja estatura empezaran a tumbar estatuas reales, tal como estamos observando espantados que ahora acontece de forma bestial en el mundo, la humanidad ya había iniciado un proceso de olvido y emborronamiento de sus mejores pensadores, de las figuras mayores de su historia, tumbándolos del pedestal de la memoria.
Ya avisó Aldo Baroni, en "Cuba, país de poca memoria" (1928) y el propio José Martí mucho antes cuando aseguró que hay hombres que llevan en si, el decoro de muchos otros sin decoro...
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