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Son las 9:30 de la noche. Faltan cinco días para que empiecen las clases. Frente a un telar en La Habana se aglomeran más de 80 personas. Predominan las mujeres. Las hay de todas las edades. Esperan que les llegue el turno de comprar su propio uniforme escolar o el de un hijo, un sobrino o un nieto.
Recostada a una pared, Luisa tiene el cansancio dibujado en el rostro. “Éramos como 200, pero la gente se ha ido yendo según ha ido comprando. Llevo cinco horas aquí. Llegué después de las cuatro porque me habían dicho que por la tarde habría menos cola, pero la verdad es que ha sido un tremendo dolor de cabeza", confiesa.
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De acuerdo con lo que afirma la abuela de 66 años, “lo que más me molesta es no tener dónde sentarme y que no pare de hablarse, hay un murmullo ensordecedor. Ya estoy muy vieja para estas candangas. Ni siquiera puedo sentarme en la acera como hace la mayoría, porque las piernas me duelen".
“Hago el sacrificio porque tengo que comprarle el uniforme a mi nieta y mi hija trabaja 24 horas. La niña va para 4to grado y hace solo dos días que están dando los uniformes que le tocan. He tenido que contenerme para no irme sin comprar nada y mandarla para la escuela el 2 de septiembre sin uniforme", precisa.
“Es una falta de respeto. Si había déficit, ¿por qué no se trató de adelantar la producción y se permitió que llegáramos a fines de agosto con las manos vacías? Debió trabajarse más para que hubiera uniformes para todos desde julio. Si se habilitaran más puntos de venta y no se dejaran las importaciones para último momento, la población se ahorraría tiempo e incomodidad", apunta la jubilada.
Por otro lado, considera una madre con igual cara de agotamiento, "hay personas que duermen aquí desde el día antes y luego venden los primeros turnos. No sé cómo pueden aún las autoridades pedirnos comprensión, cuando vemos que es un problema que existe hace rato, pero nadie le busca soluciones eficientes. La cola ya es un modo de vida para el cubano".
"Yo le huyo a ir a cualquier sitio que pueda traerme problemas. Sin embargo, por coger los uniformes tengo que exponerme a que se forme una discusión en unos minutos porque las personas están alteradas y la desesperación anda por las nubes", indica.
Una de las "afortunadas", que logró comprar el uniforme como a las 8:45 de la noche, afirma antes de irse del lugar: “Luego de hacer una enorme cola tuve que comprar la talla 30 de pantalón, cuando mi hijo usa la 12. Si la misma que vende te dice que ‘la luz de adelante es la que alumbra’, que no sabe si entrarán tallas más chiquitas, pues uno tiene que llevarse la que hay y dársela a una costurera y pagarle una pila de pesos para que haga el arreglo en menos de una semana y de un pantalón prácticamente saque dos".
“A mi sobrino, que empieza el preescolar y vive en La Lisa, le dieron la única talla de short disponible: ¡la 24! Mi hermana se pasó más de ocho horas en una cola para llevarse un short que casi le sirve a su esposo. ¿Con qué cara van a exigirle a los niños que vayan correctamente vestidos si les dan cuatro o cinco días antes de que empiece el curso un uniforme gigantesco? Las costureras son las primeras que se quejan porque apenas tienen tiempo para arreglarlo".
“Que a nadie le sorprenda que el lunes en los matutinos, durante el inicio del curso escolar, veamos a estudiantes sin uniformes, diciendo que aún no los han comprado porque llegaron tarde a las tiendas y los viejos está en muy mal estado. Ya veremos cómo reaccionan ante eso los directores de escuela. ¿De quién es la culpa de que en Cuba ni la venta de uniformes funcione bien?", se pregunta la treintañera.
La arrendataria privada Clara, de 46 años, subraya que su hijo "va a empezar 12mo grado y no le toca coger uniforme. Sin embargo, ha engordado en las vacaciones y ninguno de los dos malgastados pantalones que tiene le sirven, así que lo mandaré en lycra para la escuela. Por una razón o por otra, tenemos que pasar un calvario anualmente. Solo si ocurriera un milagro uno llegaría a la tienda, no habría cola y existirían todas las tallas".
“El hijo de mi hermano va para preescolar y no ha habido manera de encontrarle una talla pequeña. Por eso tuvieron que comprarle una enorme en la tienda estatal y yo tuve que traerle un shorcito rojo y unas camisitas de Cancún. Es increíble que, en México o Estados Unidos, por ejemplo, todos los establecimientos estén abarrotados de uniformes y aquí haya que pasar un día entero en una cola para obtener uno que ni siquiera nos servirá", afirma.
“Cada escuela debería hacer su propio pedido y vender los uniformes cuando estén confeccionados. Así no se complican en pleno mes de vacaciones, ni se arman las colas. Además, los uniformes debieran estar a la venta los doce meses del año. ¿Hasta cuándo hablaremos de atrasos con la materia prima y la confección de los uniformes? No veo por qué no pueden darlos en las escuelas, como se hacía antes", acota la trabajadora por cuenta propia.
De igual modo, explica la económica Lizandra, de 34 años, “se supone que las madres estemos trabajando o disfrutando del verano con la familia. ¿Qué necesidad hay de que tengamos que malgastarnos para comprar uniformes que no nos resolverán ningún problema? Las cinco blusas con las que comenzará mi hija mayor la escuela se las mandé a hacer con una modista que me cobró 3 CUC por cada una", concluye.
“¡Qué mal acostumbrados estamos a hacer carreras maratónicas para todo! En dos meses se quiere hacer lo que no se coordinó, previó y analizó en el resto del año. Siempre aparece una justificación para la demora en la fabricación o la distribución. Después hay que aguantar hasta que nos vendan artículos defectuosos".
“Resulta que compré en el segundo día de venta de las tallas de enseñanza secundaria en mi municipio y la 28 era la más chiquita. El año pasado, la saya que le dieron a mi hija menor, que empezó 1er grado, me servía a mí. Ahora a finales de agosto hay que hacer cola para comprar el uniforme y para las costureras particulares, que no podrán responder a tanta demanda de arreglos. Como no dan abasto, si quieres que te adelanten tu arreglo tienes que pagar extra.
“Para colmo, hubo quien me explicó que diariamente ya a las 10 de la mañana se acababan las tallas pequeñas. ¿No es para que como mismo se toman los datos de los niños por escuela, se incluyan las tallas y se saque un promedio real de las cantidades que deben confeccionarse de cada una? Hay una total desorganización", resalta.
Tal como revela Yamina en Cubadebate, “ya que, desafortunadamente, tenemos que importar el tejido, las gestiones para que llegue en tiempo hay que empezarlas a hacer con tiempo suficiente. En Cuba desde septiembre se tiene el dato de cuántos empezaron el curso y con esos datos hay que ir trabajando... hay que buscar alternativas para paliar la demora. Si seguimos echándole la culpa a la demora en las importaciones y al no pago, no tendremos uniformes, ni medicinas, porque eso mismo dicen cuando se pierden las medicinas en las farmacias”.
A tenor con lo que expresa Dayana, una ama de casa de 29 años, "si hay demoras en la llegada de materias primas es porque faltó previsión en el proceso de contratación. Nunca se ha sabido priorizar el tema del uniforme escolar, a pesar de que las dificultades financieras siempre han existido. Además, los problemas en las tiendas no son desconocidos. Es lógico que las personas pidan que se extienda la venta. La concentración genera maltrato y corrupción".
“La situación con las tallas tampoco es algo nuevo ya que se deben actualizar todos los años porque se dispone de tiempo suficiente para analizar las cantidades por territorio. ¿Cuál fue la curva de tallas que tuvieron en cuenta los directivos que viven y mueren detrás de un buró? Nuestra ‘machucadera’ es constante".
“Es bochornoso que sea más fácil comprar uniformes escolares cubanos en Miami que en La Habana. Mi hermana encuentra allá todas las tallas de los uniformes cubanos y aquí ni siquiera existe la posibilidad de comprarlos anualmente. ¿Quién se cree que con un solo uniforme un niño puede pasar la semana entera? ¿A quién le dura una muda de ropa que hay que lavar y planchar de lunes a viernes durante diez meses de clase?", aclara la joven, residente en el Cerro y madre de un varón de seis años.
Por su parte, resalta la administradora de una paladar, Yailenis, “me quité eso de correr a comprar uniformes, meterme en broncas o marcar desde la noche anterior. Nos atropellamos demasiado a nosotros mismos, así que le pagué 5 CUC a una dependiente para que me cogiera el uniforme y compré sábanas blancas para que una costurera me hiciera más blusitas, para que la niña tenga una para cada día de la semana.
"Se publicó que la venta sería paulatina y escalonada y que en la primera quincena de julio casi todos los grados iniciales estarían comprando, pero la realidad ha sido muy diferente. Es un chiste que, además, algunos grados continuantes incluso tengan que empezar a comprar a partir de septiembre", concluye la cuentapropista.
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