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El reciente envío de un Mpaka de brujeros de Santiago de Cuba al gobernante Miguel Díaz-Canel Bermúdez confirma la continuidad de las buenas relaciones entre castrismo y muchos practicantes de la Regla de Ocha, que ha servido para perfilar el esquema represivo, generar ingresos en moneda dura y contrarrestar el peso de la Iglesia Católica.
La mayoría de los jefes, oficiales y soldados rebeldes eran católicos, como Fidel y Raúl Castro; y una minoría practicaba la Santería, como eran los casos de Juan Almeida Bosque, René Vallejo y Celia Sánchez Manduley.
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Los vínculos entre religiones animistas africanas y mandatarios cubanos viene de lejos, el propio Fulgencio Batista Zaldívar, por citar el antecedente anterior a la actual dirigencia cubana, se consultaba con la santera Leocadia, que reposa en una de las tumbas más visitadas del Cementerio de Colón.
Durante la lucha en la resistencia clandestina urbana, más de un revolucionario salvó la vida por descubrir su represor que compartían atributos y creencia religiosa, como fue el conocido caso de Natalia Bolívar; mientras que en la Sierra Maestra, los barbudos se adornaban con collares religiosos y portaban imágenes de santos y vírgenes.
Los miembros fundadores de la primera escolta del comandante en jefe, tras su llegada a La Habana, recuerdan con discreción la primera vez que extraviaron a su protegido y un sacerdote amigo avisó a Celia Sánchez con una discreta llamada de teléfono: Fidel está rezando en la iglesia de Reina, como llaman los cubanos al templo neogótico del Sagrado Corazón de Jesús y de San Ignacio de Loyola, en esa céntrica calle habanera.
La Contrainteligencia cubana (CI) creó un departamento especializado para “atender” a los Babalawos e Iyanifá (mujeres sacerdotisas) de la Regla de Ocha, dispuestos a colaborar con el régimen a cambio de tolerancia y algunas prebendas. Las prioridades represivas eran un plan de atentado a Fidel Castro, prioridad uno, conspiraciones contrarrevolucionarias y datos relevantes sobre las confesiones de dirigentes, especialmente en vísperas de viajes al extranjero y ascensos.
En paralelo, el Ministerio del Interior creó una empresa para gestionar los viajes a Cuba para hacerse santos de creyentes de Estados Unidos, Venezuela, Panamá, Colombia, España y otros países con ciudadanos que gustan de caminar pa'l chapeo.
Paradójicamente, el entonces presidente norteamericano George W. Bush contribuyó a las arcas de estos estafadores cubanos, cuando, en 2004, preservó el viaje religioso a Cuba como casi el único autorizado a norteamericanos, a lo que el Gobierno cubano respondió de inmediato con el establecimiento de una Visa Religiosa.
Un grupo de Babalawos e Iyaonifas, en cambio, se han mantenido apartados de tales prácticas y han seguido venerando a sus Orishas sin concomitancias con el Gobierno y su estructura represiva, como ha hecho también la mayoría de paleros; pese al viejo nexo entre ellos y el antiguo Partido Socialista Popular (PSP), vía Aracelio Iglesias y sus compañeros de plante en el puerto de La Habana.
En paralelo a la recaudación de divisas y el acopio de información por parte de la CI, el otro objetivo primordial del castrismo fue contrarrestar a la Iglesia Católica, de enorme peso afectivo y de tradición familiar en la isla; en una época en que los encontronazos eran frecuentes y los católicos sufrieron cárcel, destierro y vigilancia revolucionaria permanente.
Tras la tregua alcanzada en 1980 por la combinación de la gestiones del Nuncio Vaticano Monseñor Zacchi, las visitas de la llamada Comunidad Cubana en el Exterior y la estampida de Mariel, el castrismo aflojó el alzacuellos sobre la Iglesia de Roma, pero ya había establecido la negritud como valor de identidad, incluida su religiosidad; pese a ser siempre un poder blanco y excluyente, como demuestran las cifras de los últimos censos de población; y pese a que reprimió sin miramientos los intentos del “black panthers” cubano y manifestaciones culturales pro negritud.
La Iglesia Católica, en cambio, conocedora de la maniobra del castrismo, abrió sus templos a santeros y creyentes de Ifá y asumió los polémicos caminos del sincretismo religioso, teoría ampliamente propalada por estudiosos e intelectuales orgánicos en busca de conferencias y cursos pagados en dólares y de congraciarse con el poder.
El empobrecimiento provocado por la dependencia cubana de la URSS derrumbada, llenó los templos católicos en busca de alivio espiritual y donaciones. Resultaba irónico ver a un pueblo, que había despreciado a los curas por maricones y otros insultos de amplio catálogo castrista; ahora se veía obligado a volver a donde fue bautizado, a veces discretamente, con la manita tendida.
Los diplobabalawos o santeros área dólar vieron incrementados sus emolumentos de forma exponencial y la emigración heterodoxa cubana de los 90 del siglo pasado, ya establecidos en Miami y otras playas con recursos financieros, coronaron la acumulación de capital pro Yuruba y Lukumí, agradeciendo su travesía en balsa o en el pájaro de acero hacia la libertad y la prosperidad.
La “Letra del Año” llegó a degradarse tanto para congraciarse con el poder, que acabó pareciendo un folleto del DOR (Departamento de Orientación Revolucionaria del Partido Comunista de Cuba) y provocó la escisión de la cúpula encargada de su ceremonia e interpretación.
Y ahora aparece, con un resguardo para Díaz-Canel, un grupo de santeros de Santiago de Cuba, tierra de Monseñor Pedro Meurice y el Padre José Conrado Rodríguez, coherentes en su verticalidad frente a la dictadura y contrarios a la grosera manipulación religiosa y sociocultural de un tema que pertenece a la intimidad de las personas.
Nada nuevo bajo el sol de esos manipuladores dolarizados que no solo han traicionado a sus Orishas de fundamento convirtiéndolos en milicianos de la búsqueda de dólares, sino que han contribuido a legitimar la pobreza permanente y la superstición como vía de escape. En su pecado, llevarán la penitencia.
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