Los votantes de Trump sueñan con José Martí

De Nueva York, la patria primera de nuestro Apóstol Nacional, recibo correos electrónicos de los desaparecidos que antes del castrismo fueron hombres y mujeres. Cubanos sin Cuba votando en vano por el Partido Republicano.

Estatua de José Martí en el Central Park, Nueva York © Wikimedia Commons
Estatua de José Martí en el Central Park, Nueva York Foto © Wikimedia Commons

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Este artículo es de hace 6 años

De Nueva York, la primera patria de José Martí, recibo correos electrónicos de los hombres y mujeres que fueron desaparecidos por el castrismo. Cubanos sin Cuba, ni dentro ni fuera de Cuba. Fantasmas formidables que nunca odiaron a sus enemigos, pero que jamás claudicaron ante el despotismo criminal de los Castro. Seres de otra época. Yo diría: habitantes de otra galaxia, un lugar que en la Isla ya es imposible de restaurar.

Muchos no llegaron. El resto, tampoco. Pero ahí están todos: son nuestros compatriotas, esa palabra corrompida hasta los tuétanos por la Revolución Cubana, con mayúsculas histórico-materialistas.


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Cubanos y cubanas con un corazón más grande que su carencia crónica de Cuba. Cubanas y cubanos hechos no de carne sino de lejanía insalvable, tan cerquita del alma, allí donde la violencia de los cuerpos no alcanza, pero donde sí cabe toda la tristeza política de la tierra.

Hombres y mujeres ya anónimos a estas alturas de una película sin protagonistas, muriéndose amablemente en un hospital público lleno de hispanos hablando en inglés que le rezan a un dios católico desconocido para nuestro catolicismo insular. Son nuestros desaparecidos a punto de desaparecer por enésima y última vez, de nota necrológica en nota necrológica, en mi buzón de Gmail.

No los conozco. Ni los conoceré. Dígase cubano y se habrá dicho cuánto los amo en el mundo. Puntual, desesperadamente, los amo uno a uno y los amo una a una en sus despedidas de duelo digital. Esos comunicados breves, anacrónicos, que recibo en mi bandeja de entrada casi a diario. Esos partes de guerra de una guerra perdida hace rato. Conteo de bajas. Reporte de pérdidas humanas. Toques de queda tecleados con la caligrafía cándida de los cincuenta en una Cuba anterior a Castro, cuando Castro aún era ingenuamente inconcebible por los cubanos con Cuba. En un siglo pasado. En una vida en pasado.

Son, además, los cubanos que me recuerdan cuán fácil fue desaparecerme de paso a mí, dentro y fuera de mi biografía de pronto también inhabitable. Son los daños colaterales del cubanicidio comunista, en el país más amado por la infame latinoamericanada y por la complicidad académica primermundista.

En el último de esos correos sin carta, en la última actualización del día de, por ejemplo, hoy, alguien me cuenta de alguien, agonizando, como todos ahora, en una sala donde, al contrario de Cuba, no permiten visitas fuera del horario oficial.

Allí está. Con su nombre tan cubanazo. Ingresado. Bastante mal, aunque orgulloso y sonriente cuando nos vio. Con una fractura en la base del cráneo que le produce dolores inmensos, afortunadamente intermitentes. Allí lo han tenido con fuertes calmantes, que no siempre son efectivos. Su esposa nos hizo a sus allegados toda la aciaga historia de lo que están pasando. En medio de la desgracia, él tiene la suerte de tener una mujer como ella. Uno de los narcóticos que le dieron le produjo alucinaciones. Lo vieron dando clases de Matemáticas, hablando en el Colegio de Periodistas de Cuba, diciendo poesías sacadas del más remoto estado de cubanidad. Las cosas más importantes de la vida emergiendo sin ton ni son, en el delirio revividas.

Y, entonces, como no podía ser de otra forma tratándose de un cubano en la capital martiana de Nueva York, la epifanía de un momento magnífico de lucidez, cuando lo vimos decir, con esa sonrisa de los que van a morir mañana por la mañana:

―¿A que tú no sabes quién acaba de salir de aquí?

Para extrañeza de todos, porque del exilio cubano, como de los huecos negros del firmamento, nadie, ni la luz, puede salir.

―No, mi amor, ¿quién acaba de salir de dónde?

A lo que el cubano en trance sobre la cama electrónica en mi correo, respondió, gozoso:

―José Martí ―con lágrimas en la voz―. José Martí vino. Dice que nunca nos abandonó. Y acaba de salir de aquí, como si tal cosa.

De Nueva York, la patria primera de nuestro Apóstol Nacional, recibo correos electrónicos de los desaparecidos que antes del castrismo fueron hombres y mujeres. Cubanos sin Cuba votando en vano por el Partido Republicano durante demasiadas décadas de una nación en decadencia dejada atrás, tan cerquita del corazón sin fecha de caducidad. Gente engañada por todos los gobiernos del mundo, excepto el de la muerte masiva en solitario. Y, todavía, como infantes cautivos de una edad de oro anterior y posterior al horror, al habla humanamente con el conmovedor cadáver caminante de José Martí.

Cuba tampoco nunca nos abandonó. Pero Cuba acaba de salir como si tal cosa de aquí. Hagamos, por favor, un milenio de silencio a nombre de nosotros mismos.

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Orlando Luis Pardo Lazo

Escritor y bloguero de La Habana. Actualmente realiza un doctorado en Literatura en Saint Louis, Missouri, EUA.


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