Intelectual cubano valora “antirracismo contestatario” de Movimiento San Isidro frente a verticalidad del gobierno

En su texto “Contra la rabia política: una vacuna y una propuesta”, aparecido en la web Sin Permiso, el intelectual definió al MSI como portador de “un antirracismo contestatario, quizás el más ríspido y menos abordado por el discurso crítico cubano del siglo XXI”.

Roberto Zurbano / Acuartelados en huelga en la sede del MSI © Facebook Roberto Zurbano / Facebook MSI
Roberto Zurbano / Acuartelados en huelga en la sede del MSI Foto © Facebook Roberto Zurbano / Facebook MSI

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Este artículo es de hace 3 años

El editor e investigador literario Roberto Zurbano destacó este domingo el valor del antirracismo contestatario del Movimiento San Isidro (MSI) ferente a la cuestionable verticalidad de las instituciones culturales supeditadas al gobierno cubano.

En su ensayo “Contra la rabia política: una vacuna y una propuesta”, aparecido en la web Sin Permiso, el intelectual definió al MSI como portador de “un antirracismo contestatario, quizás el más ríspido y menos abordado por el discurso crítico cubano del siglo XXI”.


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Y enseguida describe el fenómeno ante el cual, en su criterio, se posiciona dicho Movimiento: “Se trata de un racismo descarnado, desentendido de las terminologías y poses académicas con que tratamos el conflicto, sin compartir o entender la crudeza del testimonio de vidas en espacios de marginalización social (pobreza, criminalización, desempleo, prostitución, adicciones) incómodos a los programas institucionales (educativos, sanitarios, laborales)”.

Tras delimitar el contexto político de la actual pandemia de coronavirus en Cuba como uno en que se “desatan discursos de odio, recuperan dogmas y dinamitan puentes, mientras re-definen fronteras políticas y escasean análisis críticos y autocríticos que ofrezcan salidas ante asuntos irresueltos”, Zurbano advierte que “para interpretar la coyuntura del [altamente vilipendiado y reprimido hasta el “límite”] MSI, sus acciones y reacciones, debe evitarse toda simplificación”.

“Al inicio, las demandas del MSI, no eran raciales”, explica el exdirector del Fondo Editorial de Casa de las Américas, “sino artísticas e ideológicas, pero en su devenir comunitario fue inevitable la racialización de sus presupuestos tras intervenciones comunitarias desde las artes (poesía, artes visuales, hip-hop, performance, arte político)”.

“Los miembros del MSI provienen de proyectos culturales y experiencias comunitarias que llegan al barrio San Isidro tras cuestionables tratamientos institucionales a los festivales de Rotilla y Puños Arriba, a colectivos como Omni Zona Franca y otros conflictos que lanzaron sus miembros al ostracismo”, asegura Zurbano.

De manera que, apunta, “cuando logran nuclearse en San Isidro, recuperan su legitimidad desde una dinámica comunitaria muy activa, a través de acciones socioculturales, que definió una plataforma de alta expresividad crítica, más allá del barrio”.

Zurbano señala el intento gubernamental de imponer el Decreto 349 —concebido para ampliar el control sobre las zonas independientes de la creación y la circulación artísticas— como un momento de radicalización: “Para los miembros del MSI el decreto del 2018 significó otro muro de exclusión, condenándoles a una ilegalidad que, no solo ellos, se negaron a aceptar”.

De hecho, en su opinión, el 349 constituye un “mecanismo institucional conservador, rechazado desde su aparición el 20 de abril del 2018, aprobado sin previa discusión con los artistas”, el cual además “llegó en medio de un contexto cultural crispado desde el cual siguen migrando (dentro o fuera de la isla) jóvenes actores sociales en busca de realización cultural y libertades que tal decreto escamotea”.

Activista de larga data contra el racismo en la isla, Zurbano bosqueja en su artículo el camino transitado por MSI: “Con la Virgen del Cobre, patrona de Cuba, proponen una ritualización popular, más allá de lo religioso, que incorpora una demanda: ser escuchados e incluidos; un deseo colectivo desde el movimiento SIN349, anterior al MSI, que logró solidaridades y alianzas diversas en el campo cultural”.

“Desde su sede en la calle Damas, del barrio San Isidro”, afirma el autor, “el MSI inserta sus demandas en una horizontalidad contrastante con el lenguaje vertical de las instituciones culturales, cuya visión del trabajo comunitario no suele incluir demandas políticas ni reflexionar sobre la cultura popular como espacio de emergencia crítica donde laten muchas carencias materiales e ideológicas”.

A continuación, Zurbano lanza unas primeras interrogantes: “La entrada del artivismo al barrio ¿lo activó en función de sus carencias y potencialidad sociocultural? ¿lo colonizó por agendas culturales ajenas a los códigos de cualquier barrio marginalizado?”.

Las respuestas, desde su punto de vista, conducen a una reflexión sobre “el condicionamiento ético y la capacidad crítica con que algunos artistas asumen realidades controversiales”, y pone como ejemplos “intervenciones precedentes de Tania Bruguera, René Francisco Rodríguez o Kcho, que se abren a la crítica o afirmación políticas”.

Antes de señalar la “fragilidad” del MSI en el actual espacio político debido a “la asimetría de las fuerzas que lo acosan en sentidos políticos diferentes”, el ensayista dispara contra “la despolitización del discurso cultural, la criminalización del disenso y la sublimación del mercado que hoy padecemos”.

Y recuerda “cómo fue disuelto [por la institucionalidad gubernamental] el movimiento hip hop cubano a principio de este siglo, derivando una parte de él hacia ese rap contestatario que el MSI también acoge”.

“La hipocresía de tal estrategia planificó manipular el reguetón para apagar el discurso crítico y antirracista del rap”, sostiene, y con el mismo gesto apunta hacia ciertos episodios de presión y censura políticas contra figuras de la música urbana cubana a uno y otro lado del Estrecho: “Luego, sorprende la despiadada coincidencia crítica de los discursos mediáticos de Miami y La Habana contra el reguetón, aprovechando sus audiencias y ganancias”.

“¿Por qué usar tácticas similares ante procesos de la cultura popular de protagonismo negro?”, vuelve a peguntarse Zurbano: “La respuesta revela la complicidad con que burócratas y extremistas políticos de ambas orillas manipulan lo popular y lo racial, convirtiendo dichos artistas en subalternos de agendas excluyentes”.

En la propuesta del MSI “hay un reclamo de justicia social desoído y una reafirmación de su legitimidad cultural, inútilmente regateada”, afirma el investigador. “El MSI, además, expresa una rabia apenas encauzada con organicidad o pragmatismo, emplazada desde fuertes experiencias críticas, tras una historia de rechazos y carencias reales”.

Sin hacerlo del todo explícito, la visión de Zurbano parece subrayar el uso artístico-performativo del cuerpo y la disposición a la protesta pacífica poniendo el cuerpo, tal como han demostrado los miembros del MSI exponiéndose a múltiples detenciones y, notablemente, durante la huelga de hambre, e incluso de sed en varios casos, llevada adelante en noviembre de 2020.

“Tasan sus cuerpos como discurso y defensa propios”, escribe Zurbano, y apunta en seguida a su compleja ubicación en el contexto político cubano: “a la vez que se convierten en rehenes de la polaridad izquierda-derecha, dentro-fuera, Cuba-Estados Unidos”.

En este punto, Zurbano considera necesaria una advertencia: “Aunque quizás esta no sea la intención primigenia, su ciega temeridad política les inserta en el esfuerzo sofisticado con que Estados Unidos convierte cualquier malestar o vacío político dentro de Cuba en posibilidad de sumar adeptos”.

De cualquier manera, el analista ve el actual debate antirracista como continuidad y también ruptura con respecto al trabajo de activismo y pensamiento del cual él mismo ha participado en el último cuarto de siglo “en circuitos intelectuales y académicos, sin desbordarse hacia otros espacios, grupos y generaciones”.

Reconoce que aquellas discusiones siempre tuvieron lugar “dentro del marco institucional” pero “con cierta constricción mediática, tras negociaciones marcadas por la verticalidad de dicha institucionalidad (cultural, gubernamental y política)”.

En cambio, dice: “El nuevo debate desborda toda frontera (cultural, académica e institucional) para centrarse, con gran manejo mediático, en el espacio de los derechos humanos y en la crítica sistémica a la Revolución, contrario a la esperanza del debate anterior en ser incorporado a una voluntad política que completara el esfuerzo emancipatorio de 1959”.

“El actual debate rechaza la lógica de un discurso vertical y sus reglas institucionales; parte de acusaciones y denuncias de problemáticas raciales desde un emplazamiento político cada vez más radical, cercano a (o parte de) el proyecto subversivo de Estados Unidos contra Cuba, lo cual no quita legitimidad a muchas de sus críticas, que suelen coincidir con las del viejo debate, a pesar de sustanciales diferencias entrambos” establece finalmente Zurbano, quien llama a “leer este conflicto […] asumiendo al maltratado antirracismo cubano como un campo político heterogéneo”.

“Su pluralidad, antes silenciada e impensable, ahora nos coloca frente a los diversos modos de ser antirracista en Cuba que están redefiniendo los marcos de la política”, afirma un intelectual del sistema que en su momento fue sacado de su puesto como editor principal de Casa de las Américas por un artículo sobre el racismo en Cuba publicado en The New York Times.

En aquel inicio de 2013, Zurbano suscribió las ideas planteadas en aquel texto de opinión, pero se quejó de un cambio en el título por parte de los editores.

Con esa experiencia a cuestas, el pensador antirracista disecciona en la actualidad algo que no parece en ningún caso un error editorial por parte de un medio de prensa: “La campaña mediática gubernamental contra el MSI comenzó con un tratamiento diferenciado entre el Movimiento San Isidro (de mayoría negra y asentado en un barrio pobre) y el Movimiento 27 de Noviembre (de mayoría blanca, generado en el barrio residencial del Vedado)”.

“Urge desarmar este malestar que secuestra las fuerzas de nuestra herencia cimarrona”, exhorta Roberto Zurbano: “la molestia de la discriminación racial en sí misma, la molestia del mal uso político de lo racial y la molestia de un racismo latente, también político y anti-popular, que se esconde tras la corrección, los new bussines y la protección de la propiedad privada de las nuevas clases”.

Zurbano propone que “el conflicto” en torno al MSI se abra a “una solución para el destino del barrio y de su gente, con una nueva manera de diseñar y asumir políticas desde la cultura que incluyan aquellas demandas de los involucrados respaldadas por la Constitución”.

Su idea concreta es “convertir al Movimiento San Isidro en Centro Socio-cultural barrial, gobernado por una junta de artistas, activistas y profesionales vecinos que gestionen con carácter cooperativo la transformación integral del barrio”, un proyecto de “laboratorio social” que estaría “patrocinado por instituciones públicas y privadas, pero […] distinto a la monumentalidad y selectividad de los proyectos de la Oficina del Historiador”.

La idea del activista y estudioso negro busca sortear la “fragmentación del pensamiento crítico insular” puesto que esta “no corresponde a su diversidad y crecimiento en las últimas décadas, ni al aprovechamiento público de su potencial emancipador”.

De ahí que, al menos a primera vista, su proyecto incluya a las instituciones oficiales cubanas y al propio MSI en una suerte de utopía barrial que salvaría, de una parte, el nivel de radicalización que él mismo ha comentado antes y, de la otra, el uso constante de la represión y toda la fuerza del Estado para controlar esa misma radicalidad.

Este mismo domingo, el artista Luis Manuel Otero, coordinador del MSI, se ha declarado nuevamente en huelga de hambre y sed en reclamo de sus derechos ciudadanos que, afirma, han sido continuamente violentados por el gobierno de la isla en las últimas semanas.

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