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Cada vez menos y menos jóvenes cubanos recuerdan la letra de aquella canción, con música de Rafael Ortiz y escrita por Pedraza Ginori especialmente para el Canal 6 de la TVC. Una melodía que ya en 1978 nació bastante vieja: Joven ha de ser / quien lo quiera ser / por su propia voluntad…
No importa que las nuevas generaciones no lo recuerden. No vamos a hablar de la vejez, ni de la amnesia, sino directamente de la muerte, sin transición, incluso un tin antes de la vejez y la amnesia.
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En efecto, el lunes 20 de abril de este corona-año de 2020 murió, a sus 59 simbólicos años, el primero de los cubanos falsos de la Revolución de 1959. Más que “falso”, se trata del autor de un deepfake biográfico propio del género de lo irreal maravilloso, al punto de parecerme técnicamente un fenómeno hiperreal. Y también un OVNI fallido después de su fallecimiento: léase, un cubano inverosímil solo identificado post-mortem.
Se trata, nada más y nada menos, que del primero de los “cubanos” que eligieron ser cubanos precisamente porque cubano ha de ser quien lo quiera ser, por su propia voluntad… En este caso, al estilo de no me da mi gana americana… de pertenecer a ninguna otra nacionalidad, como en el tumbao tragicómico de Kola Loka años atrás, a su vez inspirado en la caricaturización del diplomático estadounidense “cabo James Cason”, gracias a los agentes del G-2 en la TVC.
El nombre en público de nuestro héroe fue H.G. Carrillo, alias “Hache” Carrillo. Al menos, así firmaba él sus libros “cubanos”, escritos sospechosamente en un inglés perfecto. O en un argot ebónico hispanizado. En especial, su novela de 2004 lo hizo un cubano “nativo” bastante reconocido en el mercado y en la academia norteamericana. Su título: Loosing my Espanish. Traducción no oficial mía: Perdiendo mi espanich.
Según H.G., su familia lo sacó de Cuba por una oreja cuando él tenía apenas 7 años, en la Cuba de la muerte boliviana del Ché Guevara, casi a manos de otro cubano, el agente de la CIA Félix Rodríguez. Pero, póstumamente, se ha descubierto que el H.G. cubano era en realidad otro antihéroe norteamericano: Herman Glenn Carroll, nacido en Detroit, Michigan, en 1960. Y que muy probablemente nunca puso un solo pie en la Isla desde donde, de niño, su familia fantasma lo “exilió”.
Toda vez en posesión de semejante secreto de afroamericano en busca de sus raíces apócrifas, nuestro autor en la gloria decidió callárselo a cal y canto, y nunca se lo confesó a nadie. Ni siquiera a su esposo, un entomólogo que se enteró de todo únicamente cuando la familia real de H.G. se lo chismeó de inmediato a la prensa, para crear el brete de la corrección política y la apropiación cultural.
Nuestro Kunta Kinté en las letras cubanas hizo literatura de su propia vida, literaturizándola, tal como habían pedido los origenistas de Lezama Lima por allá por la paleohistoria del campo literario insular. Y la metáfora de Kunta Kinté, el héroe de la novela y el serial televisivo Raíces, tampoco es gratuita aquí, pues su autor Alex Haley también tuvo que fingir y plagiar al por mayor para poder crear a su personaje de peso: o sea, de pedigrí paladeable.
H. G. Carroll o Carrillo murió, como corresponde estadísticamente, de coronavirus, aunque lo cierto es que padecía de un cáncer de próstata que le estaba consumiendo su doble vida, su bi-biografía. Ojalá que descanse en paz su alma de cubano imaginario. Ojalá que la policía del pensamiento digital se olvide de él pronto en las redes sociópatas, y que no sigan incriminándolo idiotamente de ser un impostor y hasta un traidor a su raza, tal como una vez a la novelista y filósofa Ayn Rand las feministas la tildaron de ser una traidora a su sexo. La diferencia y la multiplicidad en el capitalismo Made in USA son sagradas siempre y cuando sean para atacar al capitalismo y a USA.
Yo, por supuesto, no criticaré en nada a nuestro H.G. en el canon cubiche. De hecho, adoro la idea de que alguien boicotee de manera tan brutal su supuesta identidad. En mi obcecada opinión, toda identidad es fascismo. Y por eso las ideologías de izquierda se han apropiado ahora, hasta el tuétano, del discurso intolerante de lo identitario. Al respecto, nadie debe olvidarse de que el fascismo y el comunismo son hermanitos gemelos y que, por eso mismo, se llevan tan mal entre sí los socialismos nacionalistas: por miméticos, por constituir ambos un castrismo congénito, de corazón.
Me da mucha pena con H.G. Carrillo o Carroll. Un cubano de fantasía que intentó escapar de la trancazón totalitaria del fundamentalismo norteamericano, donde cada ciudadano, con el pretexto de salir del closet, tiene que meterse dentro del camisón de fuerza de, por ejemplo, sus gónadas y su melanina y su estatus migrante.
Recomiendo a los lectores cubanos intentar aproximarse a la vida y obra de esta Hache elocuente de tan silenciosa. Recomiendo mirar a este afro-cubano-americano de mentiritas con misericordia, agradeciéndole de paso su esfuerzo titánico por haber tenido un pasado y acaso un pasaporte cubano. En una época tan falaz como la contemporánea, la falacia es el último de los gestos sinceros que nos quedan a los seres humanos. Incluso, a los ceros humanos.
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