Cuba como epicentro: hasta el documental siempre

Para mí, como toda visión extranjera, de lo que trata en realidad Epicentro es de rescatar, a nombre del arte progresista, a nuestra cárcel Cuba cadáver

Cartel del documental Epicentro, dirigido por el austriaco Hubert Sauper © Collage filmaffinity
Cartel del documental Epicentro, dirigido por el austriaco Hubert Sauper Foto © Collage filmaffinity

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Este artículo es de hace 4 años

Las notas publicitarias de los periódicos repiten los estereotipos que el castrismo académico ha puesto de moda: “una Cuba que parece congelada en el tiempo” (Screen Daily), “una inmersión hipnótica en una cultura y un país embargados durante décadas por la política exterior de nuestro país (The Boston Globe), “una mezcla de análisis histórico-poético y un recorrido entre los ciudadanos de a pie” (Vulture), “una mirada rigurosa pero compasiva de un lugar extraordinario” (The Hollywood Reporter) y, por supuesto, “un ejercicio de pensamiento descolonizador” (POV Magazine).

Los mismos lugares comunes podrían decirse, por ejemplo, de la visita a Cuba del presidente norteamericano Barack Obama, en marzo del 2016. Es así y no hay nada que hacer al respecto: la prensa del mundo libre hace lo mejor que puede para no decir nunca nada. Se imprimen las palabras al por mayor, se repite la misma cantaleta al mejor postor (siempre que sea de izquierdas), lo mismo para acusar a la Casa Blanca de ser la cuna del coronavirus, que para comentar complacientemente, como es el caso, el estreno de un documental sobre Cuba. La cuestión es teclear y reteclear con esa prisa profesional de los analfabetos funcionales, expertos que probablemente no dedicaron más de 1min:48seg dándole Fast-Forward y Rewind a lo largo de la 1h:48min que dura este audiovisual.


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Se trata del filme austriaco-francés Epicentro (2020), dirigido por el austriaco Hubert Sauper, y rodado íntegramente en Cuba, gracias a que su director se inventó un contrato en una cátedra de la Escuela de Cine y TV en la Isla. El tema de la película se resume oficialmente así en las carteleras de media internet:

Epicentro es un retrato metafórico inmerso en la Cuba ‘utópica’ poscolonial, donde todavía resuena la explosión del U.S.S. Maine en 1898. Este Big Bang terminó con el dominio colonial español en las Américas y marcó el inicio de la era del Imperio norteamericano. En el mismo tiempo y lugar nacía una poderosa herramienta de conquista: el cine como propaganda. En esta, su más reciente película, el director Hubert Sauper, nominado a los Oscars por La pesadilla de Darwin, explora un siglo de intervencionismo y mitificaciones junto a gente muy excepcional de La Habana, a quienes él llama sus ‘jóvenes profetas’, para así cuestionar las esencias del tiempo, el imperialismo y el cine mismo”.

Por supuesto, ni una sola línea de semejante párrafo panfletario es exacta. Culpen a los productores. Culpen al público. Culpen a las ganancias. Culpen a la corrección política. Culpen a la cultura de cancelar la cultura. Culpen a la culpa de “culpar siempre a los Estados Unidos primero”, como en el famoso discurso de denuncia de Jean Kirkpatrick en 1983. Culpen a la campaña de Biden como seudónimo de Bernie. Culpen a los United Socialisms of America.

Para mí, como toda visión extranjera, de lo que trata en realidad Epicentro es de rescatar, a nombre del arte progresista, a nuestra cárcel Cuba cadáver, la que, para colmo, ahora ha quedado medio viuda y medio huérfana, tras la muerte demasiado tardía del patriarca Fidel, irónicamente anunciada al final del Black Friday de 2016. El caudillo anticapitalista en jefe cayó acaso bajo el peso de las ventas globales de aquel viernes necrológico, más la plusvalía de la elección presidencial de Donald Trump al inicio de ese mismo mes de noviembre.

Epicentro es, pues, entre otras cosas, la crónica de un velorio anunciado, inocente e involuntariamente imaginado en la infancia de sus protagonistas habaneros. Y recortado contra la senectud de fondo de sus escenarios habanémicos. Un fogonazo de solitaria luz nocturna, que es la insolidaridad foránea que, durante décadas de despotismo y decadencia local, ha asfixiado incivilmente a nuestra nación.

Y Epicentro es, por lo demás, una estocada al corazón cautivo de un país en estampida, donde, paradójicamente, incluso la humanidad ya sólo puede provenir desde afuera, importada de contrabando entre las cámaras y micrófonos de los viajeros filmadores, fornicadores, o ambos.

Este documental con buena dosis de escenificación (es decir, de ficción) ha merecido varios premios cinematográficos en lo que va de año, incluido el del Gran Jurado de Cine Mundial en el archifamoso festival de Sundance, así como el Premio Onion al Mejor Filme del festival MakeDox de Documentales Creativos, en Macedonia del Norte. Y a partir de septiembre de 2020, dada la cerrazón de cines en el mundo occidental, esta obra de Hubert Sauper puede verse íntegra por internet, pagando la módica cuota de $12 en la plataforma digital Kino Marquee.

El crítico cubano Roberto Madrigal, en su artículo Deconstruyendo la utopía, coincide en el papel clave que en este filme tienen, precisamente, los filmes, en tanto “máquina de sueños, que a través de la mentira crea realidades”. De ahí que “la Cuba que surgió en el siglo veinte puede ser el producto de la manipulación cinematográfica”. O sea, “Cuba como fabulación. El destino de la nación como resultado de un sueño”. Pero, en general, Madrigal no percibe en Epicentro mucho más que “una burla sarcástica a la mentalidad esclava de la Cuba de hoy”, resuelta como un “panfleto” que él detesta, incluso “aunque esté de acuerdo con él”.

Yo creo que hay un poquito más que eso dentro de este epicentro sin centro, en el sentido de lo desorganizada que luce su línea argumental, su caótica espontaneidad de iPhone en mano, tal como desorganizada es la caótica continuidad del castrismo sin Castros en Cuba, a pesar del exceso de organizaciones analógicas de masas para vigilar y castigar, las que se notan en Epicentro gracias a los ubicuos policías y chivatos que adornan muchos de los segundos planos de este documental, llegando a interrumpir e intimidar a algunos de los personajes entrevistados.

Tal como lo describió Loren King en el Newport This Week, es cierto que Epicentro a ratos refleja la tontería antipática de una tropa con trapos de “turistas internacionales que quieren visitar a una nación en sus últimos vestigios de comunismo, a la caza de lo ‘auténtico’ de esa experiencia” tercermundista. Y que esa supuesta resistencia algunos la contraponen, por pura complicidad ideológica, con lo que Gary Kramer en Salon definió como “el retrato vibrante de un pueblo y una nación que trata de mantener su propia identidad sin injerencias foráneas”.

A la vez, el propio director contribuye a esta confusión del tipo “lucha de clases” y “arte anticolonial”, casi orgulloso de que Mariela Castro haya alabado en público su filme, en el restringidísimo estreno de La Habana, de paso omitiendo que Cuba es el único país del planeta, junto a Norcorea, donde nadie podrá ver su filme Epicentro en internet pagándolo con sus propios salarios. A la Cuba de la Revolución parece que uno va sólo a representarla. Se le extrae la materia prima, primitiva, que se procesa y empaca en las malvadas metrópolis mercantilizadas. Y entonces uno abandona a su suerte a los representados, revolucionarios y contrarrevolucionarios por igual, como si fuera la elección de los cubanos quedarse embarcados allí, en lugar de luchar a brazo partido por una visa hacia los epicentros de cualquier otro imperio, excepto el de los Castros.

La culpa de que Cuba no tenga vida comercial en línea, ya lo sabemos, la tiene el embargo de los Republicanos contra una Revolución más verde que las palmas. Y, por supuesto, según el evangelio de las entrevistas concedidas por Hubert Sauper, después de culpar primero al imperialismo, habría que culpar entonces a la democracia europea, que “creó un extraño concepto llamado ‘Utopía’, sacado del libro escrito por Thomas More en 1516, justo después de que los europeos ‘descubrieran’ otro mundo. Otro mundo que era, y aún es, un lienzo en blanco para otras tantas proyecciones y fantasías”. En concreto, que “pareciera que las palabras exactas de Thomas More se iban a materializar, cinco siglos más tarde, en el manifiesto de Fidel Castro y Ché Guevara: una isla de justicia, paz, libre de posesiones personales, libre de dioses y emperadores”.

Yo, sin embargo, sí recomiendo que todo cubano sin Cuba pague sus respectivos 12 apostólicos dólares y disfrute en silencio de las casi dos horas de Epicentro. El documental es mucho mejor que su documentalista. La obra rezuma piedad por los siervos del socialismo real. Son las últimas imágenes de un naufragio terminal que nunca termina de terminar. También, en medio de lo siniestro de ver cuán infantilizados e idiotas están hoy por hoy los cubanos de Cuba, el filme es un vistazo brutalmente bello a un futuro donde Fidel ya es un fósil, donde ninguno de los cubanos va a ser contemporáneo de los Castros, sobreviva o sobremuera el castrismo.

Por eso, filmar niños en la Isla debiera ser punible por la Seguridad del Estado cubana como si de pornografía infantil se tratase. En el brillo de esos ojitos brilla de rebote una generación al margen del ruido y la retórica original de la Revolución, a pesar de los eslóganes que por inercia aún se les inculca en las escuelas. Porque tampoco queda ya otra cosa que inculcar. Rimitas de estudio, trabajo, fusil, al ritmo del culiperreo de un reguetón. En la luz salivable de esas sonrisas se anuncia sensualmente el suicidio del militariado cubano. Precisamente porque ya todo es una pésima parodia, ahora sí que los niños por fin serán la esperanza del mundo: porque los niños son los que no sabrán querer a la gloria que ellos ignoran que se ha vivido. Porque los niños ya eligieron que sea la Revolución, y no ellos, la que se hunda para el carajo en el mar que sirve de epígrafe y epitafio a este documental.

Por último, Epicentro será apreciado mejor cuando concluya el segundo término de la administración Trump. Cuando el Partido Demócrata regrese triunfal a pedir perdón en ese otro Monte Rushmore que es la Plaza de la Revolución, entonces les revelaré en una columna escrita acaso desde La Habana, el porqué.

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Orlando Luis Pardo Lazo

Escritor y bloguero de La Habana. Actualmente realiza un doctorado en Literatura en Saint Louis, Missouri, EUA.


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