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Al general retirado Hugo Torres Jiménez lo llaman "el guerrillero de los dos asaltos" en su natal Nicaragua, donde intervino en la ocupación de la casa de José María "Chema" Castillo Quant, ministro somocista, hace hoy 45 años, y en la acción más audaz del entonces Frente Sandinista (FSLN) contra Anastasio Somoza Debayle, la toma del Palacio Nacional, en agosto de 1978.
Torres Jiménez, de 71 años, quien sigue siendo sandinista y hoy se declara antiorteguista, voló el 30 de diciembre de 1974 a Cuba, junto con sus compañeros de comando, los presos sandinistas liberados -incluido Daniel Ortega Saavedra-, un grupo de rehenes, el entonces Obispo Miguel Obando Bravo y los embajadores de México y Panamá en Nicaragua, luego de la difusión de un comunicado en los principales medios de comunicación y con un millón de dólares que pagó Somoza en billetes, como rescate.
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En Cuba recibió entrenamiento militar, junto a sus compañeros de asalto a la casa de Chema Castillo y descubrió que Fidel Castro nunca había recibido a Carlos Fonseca Amador, circunstancia que atribuye al perfil de uno de sus jefes y fundador del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN).
De aquella operación, de sus recuerdos de los cubanos Renán Montero Corrales, que se llamaba Andrés Barahona López, y Arnaldo Ochoa Sánchez y de la actualidad nicaragüense, habló el general retirado Torres Jiménez en exclusiva para Cibercuba, 45 años después después de un asalto que puso al Frente Sandinista en el mapamundi.
En atención a nuestros lectores cubanos, le ruego General, que empecemos por el final. ¿Cómo recuerda la llegada a Cuba, dónde se alojaron, qué tiempo permanecieron en la isla y qué hicieron allí?
Volamos en un avión de la aerolínea Lanica, que era propiedad de Somoza, acompañados por el entonces Obispo Obando Bravo, el Nuncio Apostólico Gabriel Montalvo y los embajadores de México y Panamá en Nicaragua; todos ellos actuaron como garantes de la negociación.
Cuando llegamos al aeropuerto de Managua, con mucha tensión, ordenamos que se retiraran unos guardias que estaban en las inmediaciones del avión y comprobamos que los presos liberados ya estaban a bordo, que habían recibido el millón de dólares, del cual faltaba un fajo que presumimos se había robado un Guardia Nacional, pero perdonamos aquella minucia. Subimos a la aeronave, nos acomodamos, conocimos a nuestros compañeros y ordenamos al piloto, que era griego, que despegara hacia La Habana, adonde volamos sin azafatas.
Al aproximarse el avión a las inmediaciones del aeropuerto de la capital cubana, ordenamos al piloto que lo sobrevolara. Sabíamos que era una maniobra peligrosa, pero queríamos tener la certeza de que íbamos aterrizar en La Habana. Bajamos del avión, pasamos los trámites migratorios y fuimos recibidos por miembros de la Seguridad cubana y Humberto Ortega que llevaba tiempo en Cuba.
Del aeropuerto fuimos a una casa en el reparto Siboney que después supimos había sido del dueño de Tropicana, Martin Fox, una residencia muy hermosa con una piscina decorada con el símbolo del mítico cabaret dibujado en el fondo, y allí estuvimos muchos meses. En esa casa, conocimos a Carlos Fonseca Amador, al día siguiente de nuestra llegada, y luego nos trasladaron a varias casas.
Carlos Fonseca muere dos años después. ¿Cómo lo recuerda? ¿Qué relación tenía con Fidel Castro?
Alto, miope, muy serio, un poco pasado de peso en ese momento y llegó sin aspavientos, con naturalidad. Nos hicimos fotos, que son de las pocas en que aparece riendo.
Siempre me llamó la atención que Fidel Castro nunca recibió a Carlos Fonseca. Quizá porque no era el típico líder guerrillero. Carlos era lo más alejado a esas imágenes de caudillos populares que encarnaban Camilo Cienfuegos, Che Guevara y el propio Fidel, que nunca lo recibió, pese a los varios años en que vivió en Cuba, siendo un hombre callado, estudioso y muy consecuente con sus ideales democráticos, pero nunca consiguió la atención de Castro.
¿Qué pasó después del alojamiento en ese barrio privilegiado del oeste habanero?
En Cuba, pasamos un entrenamiento para lucha guerrillera, en la Sierra de los Órganos (Pinar del Río), donde nos dijeron que allí se había entrenado el Che antes de su aventura en Bolivia. La preparación consistió en clases de táctica guerrillera, preparación combativa diversa, prácticas de tiro, etcétera., etc., porque nuestra intención era regresar a luchar a Nicaragua.
Cuando finalizamos los entrenamientos guerrilleros, fuimos saliendo por parejas de La Habana hacia Nicaragua. Yo salí a fines de septiembre de 1975 con Leticia Herrera, haciendo un periplo europeo para despistar a la Inteligencia somocista y a la CIA, y entramos a nuestro país desde Honduras, tras reencontrarme en Tegucigalpa con Carlos Fonseca Amador, que también venía de Cuba. Entramos juntos a Nicaragua a finales de octubre o principios de noviembre de 1975, no recuerdo la fecha exacta.
Realmente, Cuba empezó a interesarse más por lo que ocurría en Nicaragua, a partir de la toma de la casa de Chema Castillo, que tuvo honda repercusión internacional por el éxito que implicó frente a una de las dictaduras más antiguas del continente; y eso alegró a La Habana. En esa época, los sandinistas éramos simpatizantes de la revolución cubana, pese a que no la conocíamos, simplemente vimos aquella gesta como una acción contra otra dictadura, pero en nuestros años iniciales de lucha apenas tuvimos apoyo de La Habana.
Somoza respondió a nuestra acción con una represión brutal, pero nosotros seguimos alimentando la tesis del foco guerrillero hasta 1977, cuando se impuso la corriente insurrecional y el FSLN estaba dividido en tres tendencias, precisamente, por discrepancias con los modos de lucha guerrillera y en la línea ideológica; pero en la etapa final de la insurrección acabamos juntándonos.
Durante todo ese tiempo, Cuba no nos apoyó en armamentos, hombres ni dinero; se limitó al respaldo político, a la acogida de guerrilleros y luchadores clandestinos quemados ante el somocismo y a los entrenamientos que ya conté. Pero su influencia política fue muy fuerte en el sandinismo, como consecuencia de nuestro vacío de no tener un modelo político propio. Solo queríamos derrotar a Somoza e implantar la justicia social con reparto de la riqueza, que fue la generalidad de los movimientos de liberación latinoamericanos, con la excepción del peruano José Carlos Mariátegui.
En los meses finales de nuestra lucha, Cuba envió armas, a través de Panamá, en una operación multilateral contra el somocismo en la que intervinieron Costa Rica, Venezuela, Panamá y el gobierno cubano. Fue una solidaridad más intensa, pero consensuada con la región.
Somoza es derrotado y los sandinistas entran en Managua. ¿Cuál fue el papel de Cuba a partir de esa foto que dio la vuelta al mundo?
Después del triunfo de la revolución sandinista, la influencia cubana se incrementó en áreas claves como la formación de oficiales y jefes militares de un nuevo ejército. También llegó la influencia de la Unión Soviética, que nunca antes había tenido relación con nosotros porque apoyaba a partidos comunistas y no guerrillas. Cuba también colaboró en temas civiles como educación y medicina y así se mantuvo hasta la derrota electoral de 1990, que es otra historia.
¿Qué recuerdos guarda de los cubanos Renán Montero, Arnaldo Ochoa y Tony de la Guardia?
A los tres los conocí, pero al coronel De la Guardia no lo traté. Renán Montero, que era el pseudónimo de Andrés Barahona López, fue el jefe de la Inteligencia de Nicaragua en los años 80; era un hombre callado, muy callado. De personalidad un tanto taciturna, sonreía poco, muy encerrado en sí mismo. Era un viejo guerrillero y había participado en las primeras incursiones cubanas en Nicaragua. No guardo malos recuerdos del entonces coronel Montero, fuimos amigos no muy cercanos, pero nuestro trato fue siempre cordial.
El general Arnaldo Ochoa fue jefe de la Misión Militar cubana en los años 80, durante una etapa, pues hubo varios cubanos con ese cargo aquí, como el también general Pérez Lezcano; pero el más connotado fue Ochoa por su personalidad, sus cualidades de estratega militar y su carácter. Pese a sus méritos de academia y en guerras, era muy campechano, muy tranquilo, con mucho sentido del humor, y se ganó el aprecio de la oficialidad del Ejército Popular Sandinista y de los jefes que lo tratamos.
Me dolió mucho el fusilamiento de Ochoa, tras un juicio al estilo castrista que dejó muchas dudas sobre la justicia cubana. Pocos meses antes de su sorpresiva ejecución, visité La Habana y estuve conversando con él. Conservaba su espíritu, si no independiente, al menos distinto a la norma con que solían expresarse los altos jefes militares cubanos. Ochoa era una especie de libre pensador dentro del marco cubano, un hombre con criterios propios que no seguía los dogmas oficiales, y conversamos sobre muchos temas que nunca pude abordar con otros oficiales de las FAR.
Daniel Ortega gana las elecciones en 2007 y vuelve al poder. ¿Volvió Cuba?
La asesoría de Cuba regresó de forma menos aparatosa, pero más especializada. Ya no eran las misiones militares del ejército y el Ministerio del Interior de Cuba en los años 80, ahora se trata de ayudar a Daniel Ortega a mantenerse en el poder a cualquier costo y sin escrúpulos legales de ninguna clase, con el saldo terrible de asesinados, desaparecidos, torturados y exiliados, que son ya unos 100 mil nicaragüenses viviendo en otros países.
La asesoría cubana en Inteligencia militar es clave para que Ortega se mantenga en el poder y responde al interés de La Habana de mantener frentes abiertos en la región contra Estados Unidos, como parte de la estrategia cubana frente a Washington; especialmente después de la crisis del chavismo en Venezuela y su ruina socioeconómica y represiva.
Ortega y el castrismo se necesitan mutuamente. El primero para proteger una fortuna de miles de millones de dólares, amasada desde 2006 hasta la fecha, y los segundos para intentar mantener en jaque a Washington. El régimen cubano es nocivo para el pueblo nicaragüense y su naturaleza ha quedado al desnudo.
Se ha especulado con la presencia de francotiradores y torturadores cubanos en Nicaragua, durante la represión de las manifestaciones populares contra Daniel Ortega en 2018. ¿Qué hay de cierto en ello?
Así es, pero los sandinistas opuestos a Ortega no hemos podido confirmarlo. Tenemos algunos testimonios de personas que aseguran haber oído a francotiradores y torturadores hablando con acentos cubano y venezolano, pero no lo hemos podido constatar.
(1ra. parte / Continúa mañana)
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