Daniela Vega y el castrismo fantástico de los chilenos

Me apena un poco el hecho de que Daniela Vega regrese a mi patria no para solidarizarse con las víctimas del totalitarismo, sino para criticar al criminal embargo imperialista de un tirano llamado en este caso Donald Trump y aplaudir con complacencia a la gerontocracia milica revolucionaria.

Daniela Vega viajará a Cuba © Facebook/ Francisco Rodríguez Cruz
Daniela Vega viajará a Cuba Foto © Facebook/ Francisco Rodríguez Cruz

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Este artículo es de hace 6 años

Una vez más, dispuesta a desaparecer a un pueblo entero sometido a una dictadura intacta, Daniela Vega regresa a mi Cuba querida.

Por mi parte, me alegro de corazón. Pero me apena un poco el hecho de que Daniela Vega regrese a mi patria ―tal como ha sido la costumbre de la izquierda internacional, y tal como ella misma lo hiciera en una ocasión anterior― no para solidarizarse con las víctimas del totalitarismo, sino, primero, para criticar al criminal embargo imperialista de un tirano llamado en este caso Donald Trump, y, después, para aplaudir con complacencia a la gerontocracia milica revolucionaria, una élite de verde olivo jamás elegida por nadie, y que hoy sigue anquilosada en un poder dinástico a perpetuidad que dura ya casi 60 años, y sin permitir ningún tipo de oposición legal.


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Sin entender este delicado detalle, los chilenos nunca podrán enterarse de por qué son tan malagradecidas las nuevas generaciones de cubanos respecto al legado socialista de Fidel. Y tampoco nunca dejará de ser un misterio en las poblaciones chilenas, por ejemplo, por qué los pobres cubanos escapan en masa del marxismo para recalar en los malls supermaterialistas de Miami. Todo con tal de vivir sin educación ni salud gratis. Todo por una mínima cuota de esa ilusión insular llamada la libertad.

El capitalismo como epifanía: esta es la causa del odio ideológico con que media Latinoamérica estigmatiza al exilio cubano, llamándonos “gusanos” a imitación de la propaganda estatal.

Daniela Vega, a quien admiro profesionalmente y de quien estoy medio enamorado en el plano personal, en Cuba recién ha ganado popularidad por ser, por supuesto, la estrella del filme chileno Una mujer fantástica (2017), del director Sebastián Lelio, que fue la película ganadora del Premio Oscar 2018 a la mejor película de habla no inglesa. Un Oscar que Cuba perdió con Fresa y chocolate en 1995, por los cabildeos hetero-políticos del castrismo dentro de la academia yanqui.

En el entrante mes de mayo, Daniela Vega volverá al país en que, en los años sesenta, se fomentaron los campos de trabajo forzados de las UMAP ―Unidades Militares de Ayuda a la Producción―, especializados en reclutar por la fuerza a intelectuales y homosexuales, preferiblemente a ambos.

Daniela Vega volverá al país en que, en los años sesenta, se fomentaron los campos de trabajo forzados de las UMAP especializados en reclutar por la fuerza a intelectuales y homosexuales, preferiblemente a ambos

En mayo Daniela Vega va a un país donde, desde su tribuna, Fidel Castro en persona dictaminó, por una parte, la parametrización de los homosexuales de toda la vida pública ―incluidos no sólo el ejército y el Partido Comunista, sino también las artes, los mejores oficios, y los estudios en la universidad― y, por la otra, el comandante en jefe cubano denigró homofóbicamente a todo ese tipo de “shows feminoides” y “degeneraciones” en plena vía pública.

Es decir, que Daniela Vega vuelve ―ejerciendo su democratiquísimo derecho, por lo demás― al país donde las Danielas Vegas han pertenecido durante décadas a una raza degenerada, según la política oficial del estado cubano. Y donde ni uno solo de nuestros líderes políticos ha tenido todavía el coraje ni la vergüenza de intentar una reparación real.

En este sentido, Daniela Vega viaja a un país metido todavía de cabeza en el closet, donde las calles ―como gritan las consignas y los actos de repudio del siglo XXI― son propiedad privada exclusiva de los revolucionarios. Con más o menos represión, un país no por adorable menos abyecto en su sumisión al monopolio de Estado. Y legitimar esa ecuación, al no criticarla ni con el pétalo de una florcita motuda, es desaparecer a doce millones de cubanos atrapados en la Isla, más la plusvalía de otros tres millones de compatriotas aparecidos en cualquier punto del planeta. Desde Corea del Sur hasta la nórdica Islandia.

Desde ya le doy de corazón la bienvenida a Cuba, a la querida Daniela. Yo, cubano que no puede regresar a mi Cuba ―pues el apartheid migratorio de la Revolución aún sigue en pie―, y que por eso mismo la admiro y la amo a ella en tanto ciudadana libre de la democracia chilena, acaso mucho más que algunos de sus propios compatriotas.

Pero Daniela Vega al menos debe saber que ella no viaja a Cuba invitada por una ONG de la sociedad civil. Por desgracia, en Cuba no existen ONGs no gubernamentales, como tampoco es funcional el concepto moderno de sociedad civil. Asumir lo contrario, Daniela, sería un insulto al pueblo cubano, así como una burla a tu propia inteligencia y un escarnio para cualquiera sea tu activismo social.

La solidaridad se ejerce siempre entre los sin voz y los sin poder, compañera.

Y este viaje a Cuba es exactamente como no les gusta a los chilenos que los activistas cubanos de derechos humanos viajemos a su país: invitados por un partido político. Porque a Cuba se entra y de Cuba se sale con la venia más o menos visible del PC cubano, que es el único legal según el Artículo 5 de la Constitución cubana, y que ahora se disfraza tras el maquillaje del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), dirigido por una mujer no fantástica sino fundamentalista: la hija y sobrina, respectivamente, de Raúl y Fidel Castro Ruz.

No sé por qué pienso ahora en el Jorge Luis Borges de 1976, investido como doctor Honoris Causa de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Chile y alabando el “orden y la paz” de aquel país donde Daniela Vega aún ni soñaba con nacer. Pienso también en el abrazo que me dio Pedro Lemebel en Casa de las Américas, en 2006, a la par que me pedía, en voz muy baja, que yo tuviera paciencia y no me pusiera como los miamenses a criticar en voz alta a mi propio país (no le hice caso). Y pienso, por supuesto, en Camila Vallejo y Karol Cariola en 2012, las dos viajando a Cuba de la mano del poder y dándoles la espalda al estudiantado cubano, en una salita a puertas cerradas porque en la Isla está prohibida toda manifestación de masa espontánea.

Nada de esto hará de Daniela Vega una cómplice de la tiranía caribe. Pero su viaje a Cuba de la mano de los Castros sí nos deja cada vez más y más solos a los cubanos. Espero se entienda este otro delicado detalle en el Chile de mi alma, esa otra islita pero continental: la solidaridad del resto del mundo con los poderosos locales es justo lo que nos ha convencido de que sólo en un mall-mariposa de Miami quedan esperanzas para los gusanos cubanos.

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Orlando Luis Pardo Lazo

Escritor y bloguero de La Habana. Actualmente realiza un doctorado en Literatura en Saint Louis, Missouri, EUA.


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